OPINIÓN

La opinión de Emilio Pérez de Rozas: A partir de hoy, los niños mallorquines dejarán de ser del Barça o del Madrid

Aficionados del Mallorca en la ‘Fan Zone’ de Sevilla.

Aficionados del Mallorca en la ‘Fan Zone’ de Sevilla. / Manu Mielniezuk

Emilio Pérez de Rozas

Emilio Pérez de Rozas

Sé que no les tengo que pedir permiso, pero déjenme que en estas cartas que les envió a través de El Periódico -de Prensa Ibérica, mismo grupo editorial de Diario de Mallorca-, de mi graciosa sección ‘Anda p’allá, bobo’, la frase mítica de Leo Messi (enfadado) en Catar, hoy, les pida su autorización para hablarles solo del Real Mallorca.

Y quiero hacerlo, lo del permiso y lo de escribir sobre mi ‘Mallorqueta’, porque del Athletic, de mi héroe favorito, mi amigo Ernesto Valverde (repudiado por miles de culés), de la gesta de ganar la Copa, de nuevo, 40 años después («aquí la tenemos, de nuevo, y no vamos a soltarla nunca más», dijo Iker Muniain) les hablará y escribirá todo el mundo.

Miren, les voy a hablar de una isla muy especial, que vive totalmente de espaldas al fútbol y al deporte profesional. Esta es una isla en la que el 99% de sus habitantes desconectan a las 17.00 horas del viernes y vuelven a conectarse a las 08.00 horas del lunes. Y este es un club, propiedad de un milmillonario rico norteamericano al que no se le ve el pelo y mejor así, mejor.

Barça o Real Madrid. Esta es una isla y una afición futbolística, reducida, escasamente motivada y que siempre ha sido del Barça y/o del Real Madrid. Todo el mundo era merengue o culé antes que mallorquinista. Solo eran un poquito rojillos, solo un poco. Y, de pronto, ha empezado a sentir cariño por un equipo que crecía con dificultad, con mucho sacrificio, que resurgía desde la Segunda B hasta llegar a una final de la Copa del Rey y que saca los partidos adelante más con el alma y el coraje que con la técnica y el tiki-taka.

Y eso lo consiguen de la mano de uno de los entrenadores más veteranos, el mexicano Javier Aguirre, y de unos futbolistas que formaban (y nunca mejor dicho) una auténtica familiar, insisto, desde las catacumbas del fútbol. Si el Mallorca se ha atrevido a tanto ha sido porque empieza a contar con una afición tan fiel como aquella que se apiñaba en el viejo Luis Sitjar, que aún está en pie, decrépito, pero en pie.

Lo hablaba en la madrugada del sábado con Toni Amor, el ayudante del ‘Vasco’, un tipo maravilloso (Amor y el ‘Vasco’, sí, los dos), que sabía que no iba a dormir durante toda la noche y, por tanto, no le importó hablar conmigo nada más llegar al hotel de Sevilla, triste pero orgulloso, dolorido pero reconfortado, melancólico pero contento de cómo se había comportado su equipo y su afición.

“Yo sabía y así se lo comenté a los jugadores, que si lográbamos ser tan grandes como había sido nuestra afición, nuestra gente, que ha venido en masa a Sevilla, íbamos a poder pelearle el título a todo un Athletic, que es mayor en todo, que nosotros”, me comentó Amor, con la voz entrecortada.

A fin de mes. «Aquí ha venido gente que no tiene para llegar a final de mes y, como poco, le debíamos esta recompensa, este esfuerzo, este sacrificio, este intento de pelear hasta más allá del minuto 120. Volvemos derrotados, pero regresamos muy orgullosos de lo que somos y, sobre todo, en lo que nos hemos convertido: un equipo modélico en el esfuerzo», añadió Amor, eso, con mucho amor.

Amor me ayudó a recordar, a reforzar mi tesis, de «los tiempos en los que, en Mallorca, todo el mundo era del Barça y del Real Madrid y, además, a ratos, del Mallorca. Ahora, no, ahora ya sabemos que las nuevas generaciones son del Mallorca y, tal vez, tienen como segundo equipo al Real Madrid y/o al Barça. Y eso es lo que nos hace sentirnos orgullosos de lo que estamos haciendo».

En la isla, todo el mundo sabía que La Cartuja era el Everest, pero todo el mundo sabía que su equipo lo iba a dar todo. Y dio tanto, tanto, que acabó extasiado, sin fuerzas para lanzar los penaltis. Pero les voy a dar un consejo: si no lo han visto, acudan a Google o YouTube y busquen el vídeo en que Aguirre reúne, en un corro, a sus futbolistas y va nombrando, uno a uno, el nombre de los cinco lanzadores de los penaltis. Y verán que, después de cada grito del ‘Vasco’ nombrando al elegido, el grupo entero, ríe, salta y grita el nombre del lanzador. Y así hasta cinco.

Esa fue su celebración de la victoria, de haber llegado hasta allí, de haber resistido, como demonios que son ante las garras de los mejores leones y cachorros que existen en el fútbol español. Ellos sabían que era el Everest y casi alcanzan la cima. Llegaron tan cerca, que hasta se les permitió, como premio, ver como el Athletic clavaba la bandera rojiblanca a 8.849 metros de altura.

Salvarse, el objetivo. Vedat Muriqi seguirá con su bella y divertida coleta, que se iba a cortar su ganaba la Copa. Javier Aguirre se ahorrará la caminata a la iglesia de la Mare de Déu de Lluc, que es como ‘La Moreneta’ de los mallorquines. Y toda la isla, junto a esa pequeña afición rojilla, se fue a dormir anoche orgullosa de su Real Mallorca. Al menos, anoche, sí. Otra cosa es que llenen el estadio de Son Moix el sábado, que nos visita el Real Madrid, y nos puede meter en un lio, es decir, cerquita del descenso.

¡Ah!, se me olvidaba, para que sepan de la grandeza del ‘Mallorqueta’: en toda la Copa del Rey, en todas las eliminatorias, incluida la semifinal y la final, jamás ha ido por detrás en el marcador, jamás ha sido eliminado. Solo ha caído en la última tanda de penaltis, en la final.