Estamos en la semana en la que el mallorquinismo celebra un año del ascenso a Primera. Fue una noche mágica, como correspondía a la fecha en la que se produjo, que forjó buena parte de la leyenda de Moreno como técnico. Dos ascensos en dos temporadas consecutivas. De toda aquella ilusión colectiva queda muy poco porque la afición ve cada vez más claro, semana a semana, que se va a desandar el camino. Quedan solo seis jornadas para evitarlo.

Culpas y números. El sábado, tras el partido de San Mamés, el técnico mallorquinista se arrogaba toda la culpa de la derrota. Algo de verdad hay en todo ello, pero lo que realmente ocurre es que el grupo que ha vuelto a la Liga después del Covid, no es ni la sombra del que luchaba por la salvación. El equipo tenía pocos mimbres para lograr su objetivo, pero eso es algo que el club y su propietario saben. Estamos ante una plantilla de una calidad muy justita para una competición de tanta exigencia. Eso hay que apuntarlo en el debe de los que la diseñaron y algunos de ellos ya no están en la entidad. Las alineaciones dejan bien claro que pensaba el técnico, basta ver el uso que ha hecho de los supuestos refuerzos de ese once que venía de dos ascensos. Pese a todo, cuando se interrumpió la Liga, el Mallorca seguía bajo el influjo del efecto Moreno, había sumado casi un 27 % de los puntos en disputa, logrado su primera victoria fuera de casa, además ante un rival directo y parecía estar en la correcta dirección. Ahora, todo se ha difuminado. El equipo que ha vuelto del confinamiento solo ha sumado un punto de quince, ha perdido toda su confianza y ha transmitido su miedo hasta al técnico, como se pudo ver ante el Leganés. Moreno dice creer en la permanencia, pero argumentos para creerle hay pocos. Ojalá él tenga razón.