Hace mucho tiempo que el fútbol vive o, mejor dicho, sobrevive a espaldas de la realidad. Llevamos algunos años advirtiendo del progresivo éxodo de aficionados que se plasma en los asientos vacíos de estadios construidos sobre la ignorancia de lo que iba a suceder a partir de la invasión televisiva de las competiciones. Ajenos a todo ello, los organismos internacionales y también los domésticos permiten el intercambio de unas programaciones abusivas por un puñado de dólares. Los clubes modestos, aquellos que parecen obligados a agradecer que las cámaras entren en sus recintos, han sido los primeros en sufrir las consecuencias de la exagerada transmisión de partidos y competiciones que saturan la pequeña pantalla de acontecimientos sin interés. A nadie se le ocurre aguardar en el sofá las imágenes de un torneo juvenil de tenis, igual que de baloncesto, hockey o cualquier otro deporte. En cambio no es difícil tropezar con la emisión de un campeonato sub 19 e incluso torneos de infantiles y alevines sostenibles en base a la dictadura de la televisión a costa de perder espectadores en todos los frentes. Construimos un mundo en que todo es irreal. Todo pasa por la caja tonta que convierte en innecesaria cualquier actividad al aire libre. Nos libra del cine, del teatro, del deporte... y donde no llega para eso está internet. Ridículo por sí mismo y sin mayor esfuerzo, el presidente de la Liga de Fútbol Profesional, Javier Tebas, ha iniciado una cruzada contra la piratería que promete el mismo éxito que la de la compraventa de partidos. Una curiosa contradicción la de reordenar el flujo económico del espectáculo, que el consumidor no pague al fabricante, sino al intermediario y éste ya cerrará el ciclo. Economía invertida. Mientras tanto nadie se hace cargo de los gastos que generan instalaciones onerosas por falta de uso. Y ya veremos cuando la tele se canse de pasar por caja.