Son Moix acogerá mañana un partido entre dos modelos. El bueno, representado por el Eibar; y el malo, que encarna el Real Mallorca. El conjunto vasco se gestiona como una empresa familiar casi desde el momento de su fundación y es uno de los escasos clubes profesionales que presumen de cuentas saneadas. Nunca gasta más de lo que ingresa, al contrario de un Mallorca que infló tanto la burbuja que estalló y tuvo que declararse en concurso de acreedores.

Con un presupuesto que no alcanza los tres millones de euros, el Eibar se ha anclado en el ascenso directo desde hace muchísimas jornadas. Hay dos razones que explican el milagro: una generación de futbolistas con una calidad notable y la Segunda División más devaluada de los últimos años.

El ascenso a Primera División no entraba en los planes de un equipo que volvió a la categoría de Plata esta misma temporada, pero ahora puede ser su tabla de salvación. El Consejo Superior de Deportes (CSD) ha obligado al Eibar a acometer una ampliación de capital hasta cubrir 1.700.000 euros. Es una normativa pensada para que todos los clubes que suben de Segunda B ajusten su capital social, pero perjudica seriamente a un club que pese a haber hecho siempre los deberes ahora debe afrontar un dispendio muy costoso.

Pequeños accionistas del pueblo están contribuyendo, pero hasta ahora el club solo ha recaudado algo más de 100.000 euros. El CSD ha puesto de plazo hasta el 6 de agosto y la amenaza de descenso a Segunda B si antes de esa fecha los guipuzcoanos no han cubierto el capital.

Directivos, futbolistas y hasta políticos -el Parlamento vasco ha pedido al CSD que exima al Eibar de esa obligación- lamentan amargamente que mientras un ejemplo de gestión como el club vasco tiene que pasar por ese mal trago, muchos otros que deben ingentes cantidades a Hacienda y la Seguridad Social tienen inmunidad.

El Mallorca es uno de esos muchos clubes que se endeudaron muy por encima de sus posibilidades, despilfarrando en fichajes y pagando enormes cantidades a futbolistas que justificaban su sueldo en el terreno de juego. Incluso después del recorte obligado por el descenso, varios futbolistas de la plantilla bermellona cobran salarios por encima del medio millón de euros. Este curso todavía lo permite un presupuesto de 22 millones de euros, el más alto de la categoría, y que destina diez al capítulo deportivo.

El Eibar está en el otro fiel de la balanza. Es el club más pobre de Segunda y paga una media de 70.000 euros a sus jugadores. Varios de ellos cobran 60.ooo, el salario mínimo estipulado por el convenio de Segunda.

Y pese a tanta precariedad, la dirección deportiva dio en el clavo. Yuri y Dani García, cedidos de la Real Sociedad; Raúl Navas, que hace dos temporadas estaba en la lista de jugadores parados de la AFE; Jota, un futbolista que ha demostrado un enorme talento en el conjunto vasco; y el experimentado Arruabarrena son los pilares de un Eibar que a las órdenes de Gaizka Garitano ha desterrado el mito de equipo rocoso y defensivo jugando un fútbol alegre.

En el Mallorca no hay motivo para alabanzas tras una planificación deportiva más que errática. Por cierto que el Eibar no se reforzó en el mercado de invierno para no salirse del presupuesto. El club balear sí lo hizo, con el resultado ya conocido.