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Tolerancia y barra libre en contra de un lugar único

La reforma del Hotel Formentor, nada menos que una de las insignias del turismo y la cultura en Mallorca, fue anunciada por sus promotores como una operación ejemplar de salvaguarda patrimonial adaptada a los usos hoteleros modernos. No todo el mundo acogió con entusiasmo la iniciativa. Hubo quien receló de una operación que podía esconder sus peores cartas. Ahora se está demostrando que las sospechas estaban justificadas. La lesión se desvela irreversible ya a fuerza de derrumbes.

La presión humana y motorizada no es el único mal grave de la península de Formentor. En su hotel insignia se ha llevado a la práctica aquel mal augurio que pone en sobre aviso frente a quienes presumen de una cosa porque significa que carecen de ella. Emin Capital lanzó a bombo y platillo su compromiso de protección arquitectónica y ha acabado destruyéndola sin ninguna justificación posterior. La Administración también calla y no repara en que los permisos concedidos no se adaptan, ni de lejos, a lo actuado. Si de verdad había aluminosis era fácil reconducir las licencias.

La destrucción del hotel, con actitud complaciente por parte del alcalde de Pollença, es un golpe bajo a la sociedad balear y adquiere un nuevo simbolismo a partir de ahora. Ya no será el establecimiento insignia del turismo selecto y discreto. Se convierte en la expresión de que los elementos clave del negocio del ocio están desarraigados y son irreverentes con la historia y la realidad de esta tierra. Triste cambio.

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