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Una patada arrasa varias vidas

La discoteca de Cala Major frente a la que se produjo la agresión B. Ramon

Guiem vende verduras en el mercado exterior de Pere Garau. «Vénc de Son Ferriol» -me dice- «el motor del camió no té temps d’encalentir-se». A primera hora del sábado me había servido dos melones, un kilo de berenjenas, medio de tomates de ramallet y un puñado generoso de judías verdes, todo por 4,90 euros. Un regalo, que me sabe a gloria, porque todo lo ha cultivado él. Habrán visto que salen en la tele muchas noticias de subidas de precios que ilustran con imágenes de los puestos de los mercados, buscando que sean bonitas y fáciles de recoger, mientras la reportera o el reportero relata micrófono en mano lo carísimo que está todo. En realidad Guiem y el resto de puestos, tanto de dentro como de fuera de Pere Garau, tienen precios muy razonables. En serio, yo les prohibiría la entrada a las cámaras para que no graben allí sus noticias perjudiciales para los mercados municipales, porque crean mucho alarmismo, aunque tengan un fondo de verdad parcial. Que se vayan a tomar vídeos a las grandes superficies y expliquen allí sus informaciones...

Esa misma mañana también me hice con un kilo de brótola, un pescado blanco maravilloso que me encanta enharinado y frito. Cinco euros pagué por él en la pescadería. Alucinan, verdad…

En mi ronda matutina pasé por la carnicería en la que compro los huevos. Estos los pago a un precio justo, porque no hay mejores. Frescos, con la clara prieta y la cáscara blanca como la nieve.

Reservé mi última parada para el pan que venden Aina y María. Yo fardo entre mis amistades de que cada día puedo comprar el mejor pan de Algaida o de Manacor o de Alaró o de Son Sardina, todo a 20 metros de mi trabajo en Palma. Pero María ya no está allí. Aina y María se turnaban para atender el puesto que abrieron hace 21 años, con un criterio inteligente de venta humilde, al por menor, con muchas horas de trabajo, pero siempre con la sonrisa en la boca y una palabra amable para la numerosa clientela cuya cola llega a la calle habitualmente. Yo sabía que María no podía estar. No tiene fuerzas, ya, aunque solo tiene 67 años y, como autónoma, intentaba alargar la jubilación definitiva para dar una mano a Aina, de 63, que es su compañera de curro desde muy jóvenes. Pero las fuerzas de María se las llevó una patada cruel; la que le dieron a su hijo Sebastián una noche a las puertas de una discoteca de Cala Mayor. Una patada que no solo ha acabado con la vida de su hijo menor. También ha arrasado la existencia de ella y de toda su familia. Y un poco, también, la de quienes la conocemos y sufrimos con ella.

Desde los 18 años, María trabajó en un comercio imprescindible del barrio de Pere Garau, la mercería Durán, ahora ya calificado como comercio emblemático. Ella primero diseñaba los escaparates, cada mes, y luego pasó a formar parte de la plantilla en la que ya estaba Aina desde sus 13 añitos. Los baberos de mis hijas, los picos, calcetines, hilos, botones, lanas, lazos, todo lo que una madre compra con esmero, me lo sirvieron ellas en mi juventud. Hay siempre una complicidad tácita entre quienes somos de la misma generación, aquella que educamos a nuestros vástagos en la no violencia, en valores igualitarios y sin juguetes bélicos. Qué verdad es que las conquistas son efímeras. Hoy la violencia triunfa de manera apabullante en todos los ámbitos. Y mata.

María no volverá a despachar pan. Una patada cargada de violencia, odio y estupidez segó la vida de su hijo, que era un hombre generoso, buen profesional y muy querido.

Vi crecer la barriga de María con el embarazo de Sebastián y se le notaba la ilusión de la mujer que espera, cuida, da vida y ama a un hijo, con un amor que no es comparable a ningún otro.

Es imposible consolar ni siquiera un poquito el dolor que sufre María. Solo aspiro a que, en la soledad de su sufrimiento, se sienta un poco acompañada. María no puede más, pero se levantará, porque su otro hijo, su marido, sus hermanas y sus amistades se lo merecen, y porque Sebastián en la distancia se lo pediría, seguro.

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