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Palma mantiene el pulso

Cientos de trabajadores siguen desarrollando su actividad en el centro de la ciudad pese al miedo a un posible contagio

Suena un timbre en una céntrica calle de Palma. Cualquier otro día ese runrún habría pasado desapercibido entre el bullicio. Hoy no. "Soy el cartero, ¿me puede abrir?", pregunta una empleada de Correos desde el portal, ataviada con guantes y mascarilla. "¡No!", responden al otro lado del interfono. "Pero, que le traigo las cartas, señor", insiste ella. Ante la tozudez de la mujer, el adjudicatario acaba cediendo.

"No es el primero que me lo hace, ni será el último", reconoce Isis Masia, operaria del servicio postal y de paquetería, tras depositar el correo en el buzón y asegurarse de tocar el mínimo de útiles posibles. "Voy con mucha prisa y siempre con el máximo cuidado, pero la gente se asusta incluso de que alguien toque a la puerta", añade mientras se marcha agitada hacia el siguiente portal.

El envío postal, como muchas otras profesiones en la isla, sigue considerándose una actividad esencial. El permiso retribuido recuperable y obligatorio que el Gobierno aprobó el pasado 29 de marzo para confinar en sus casas a los trabajadores de actividades no esenciales hasta el 9 de abril, no afecta a sanitarios, supermercados, abogados y trabajadores de los sectores financieros. Tampoco a gestorías, seguridad, telecomunicaciones, medios de comunicación, vendedores de prensa, transporte de mercancías y repartidores de comida a domicilio o de compras por Internet, entre otros. Y así se sostiene Palma, en un sinvivir difícil de comprender.

"Si por mí fuera, dando vueltas iba a estar yo con la furgoneta y repartiendo estos pedidos", asevera CarlosBonafé, trabajador de la empresa de servicios de logística DHL. Corre apresurado de un portal a otro e insiste con el timbre, consciente de que al otro lado de la puerta seguro que va a contestar alguien. "Nos ha llegado un envío masivo de Amazon, una auténtica locura, y no hay horas en el día para repartir tanto", admite ya de nuevo subido en su furgón de reparto. "Somos autónomos y no nos queda otra que trabajar, pero el riesgo en el día a día no está pagado", reconoce.

No lejos de allí, una patrulla de la Policía Nacional interroga a un hombre que transita solo por una de las calles peatonales del centro de Palma. "Váyase usted a casa, hombre, que no es la primera vez que le vemos caminando", se les oye murmurar. Los agentes de la UPR pronto cambiarán su ubicación para controlar otro sector de la zona. Desde que se decretara el estado de alarma, el procedimiento es claro en su servicio.

"Llevamos trabajando juntos desde entonces, así si uno cae enfermo, solo el compañero queda en cuarentena y no afecta a otros agentes del servicio", explican. "En un tanto por ciento altísimo la población se está comportando realmente bien. Todo el mundo nos habilita los motivos que les han llevado a salir de casa. Hoy [por ayer] da la sensación de que hay más gente por la calle, pero hay que entender que es final de mes y que muchos se tienen que desplazar a los bancos para pagar facturas, porque eso no para", reconocen.

Girando la esquina, una sucursal bancaria ratifica lo dicho por los agentes. Cerca de una decena de personas esperan en la calle su turno para poder poner sus cuentas al día, la mayoría con menos cifras de lo esperado. Enfrente, el Mercat de l'Olivar sortea como puede un día más del largo confinamiento de sus habituales clientes. Algunos de los puestos tienen bajadas sus barreras y, pese a que el ajetreo de personas es constante, reina una extraña tranquilidad.

Otra vez en la calle, las palomas buscan a la desesperada alguna migaja a pie de contenedor. La plaza de España ya no es un seguro de alimento para ellas. Por donde antes cruzaban al día miles de personas, hoy se pueden contar solo unos cientos.

Una larga cola de taxis espera impaciente la bajada de bandera. "Un trayecto hemos hecho en toda la mañana", reconocen apesadumbrados dos conductores. "Y aquí no me extrañaría nada que tuviéramos para tres o cuatro horas más hasta conseguir el próximo cliente", advierten con desgana mientras otean la larga cola de vehículos que todavía tienen por delante. Joan Bover, con más de 30 años en la profesión, y Antonio González, con 16, admiten que nunca se habían visto en una igual.

Un verano muy frío

"Esto va a ser como enlazar tres inviernos consecutivos. Aunque se recupere algo el turismo, no bastan 60 días para cubrir la temporada. Hay que pensar que en estas mismas fechas, hace un año, había más de 300.000 turistas en las islas. Ahora lo máximo que hacemos es llevar algún cliente al hospital y poco más", coinciden mientras reavivan una conversación que parece no tener fin. "Estamos trabajando un 20% de la flota y aún así sobramos la mitad. Va a ser un verano muy frío y largo, lo que nunca pensábamos que diríamos", admiten con escozor.

Los autobuses pasan sin casi pasajeros, no hay niños por las calles. Los viandantes se esquivan y, si en alguna ocasión alguno se roza, se disculpan por el despiste. Dos personas, separadas por dos metros de distancia, esperan su turno en el kiosko de la plaza. Un negocio que antes era conducido por tres personas y que ahora se sostiene con una. "Abrimos a las siete de la mañana y a las dos del mediodía ya cerramos, cuando lo normal era tener abierto hasta las ocho de la tarde", indica Jacqueline Pérez al otro lado del biombo.

"El cliente habitual de la zona que bajaba a por la prensa lo sigue haciendo, pero evidentemente se ha notado una disminución en las ventas porque ya no compran la prensa ni bares ni oficinas", admite. "Aún así es lo único que vendemos, porque todo lo que son souvenires o recargas de tarjeta del autobús, no hacemos ni una", reflexiona sobre el duro golpe que representa esta situación sobre el negocio. "Hemos debido bajar las ventas tres cuartas partes. Es desalentador y lo peor es que no sabemos cuánto va a durar", admite mientras cobra a un cliente un periódico de cabecera encarnada.

Y así, entre la anormalidad del confinamiento y la obligada serenidad que se impone quien se ve forzado a cubrir los servicios mínimos en su puesto de trabajo, sobrevive un día más Palma, manteniéndole el pulso a la vida y mirando de cara a la muerte.

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