Después de un año jugando con la incertidumbre y alimentando la expectativa, el PP eligió ayer a un perfecto desnocido como candidato a la alcaldía de Palma, como la persona que debe aprovechar la tendencia alcista en la intención de voto de su partido para arrebatarle la vara de mando de Cort a Aina Calvo. La falta de experiencia política de Mateu Isern, pese a sus veinte años de militancia, puede ser más una virtud del aspirante que un defecto, sobre todo cuando políticos que hacen carrera en las instituciones se empeñan en demostrar a diario que esa supuesta experiencia acumulada de poco les sirve, cuando no juega directamente en su contra. Al menos, el candidato de los conservadores llegará en esta ocasión a Cort con un bagaje político inmaculado, sin un pasado que pueda hipotecar su credibilidad o las decisiones que tome en el futuro, más allá de su trayectoria profesional como abogado y empresario, lo que ya es mucho en los tiempos que corren. Sin embargo, hay otros matices de la elección que marcarán su futuro. La designación de Mateu Isern es fruto de un pacto entre José Ramón Bauzá y José María Rodríguez, de un intercambio de cuotas de poder por apoyo político que no se resolvió ayer hasta el último instante, sin la concurrencia de las bases de Palma, sin el concurso de los cargos municipales, apartados del proceso. Por eso Isern se verá obligado a demostrar que es capaz de formar su propio equipo sin injerencias, que su criterio es independiente de las presiones de poder de la cúpula. Esa será su auténtica reválida previa a los comicios. No ante los militantes, que ya han demostrado en incontables ocasiones la fidelidad a las siglas pase lo que pase, sino ante todos aquellos ciudadanos con el voto no decidido, a la postre los más decisivos. Ya puede darse prisa, entonces. Tiene sólo cuatro meses para conseguirlo y ya le han impuesto a Álvaro Gijón, brazo derecho de José María Rodríguez, como número dos.