Era costumbre que las familias de clase media se acercaran a Can Tomeu los domingos a tomar el vermú tras comprar pollos asados. Hay quien se quedaba en el fondo del Oriente, así se llamaba el lugar, aunque todos lo conocían por Can Tomeu, a degustar las paellas. Lo cierto es que su posición estratégica –al lado del Bar Bosch, en la plaza de las tortugas (lo del monarca llegaría mucho después)– convertían el lugar en destino para aquellos padres que salían con las bolsas de papel color arena tostada, oliendo a pollo asado, para júbilo de las madres que ese día colgaban el delantal, y alborozo de los niños.

En aquella España de austeridad casi prusiana, comer pollo al ast era sinónimo de fiesta, de un lujo que nos hacía crecer unos centímetros. Hoy la costumbre de alimentarte con el plumífero sigue vigente, sólo que ha perdido aquel halo de riqueza. Hoy nos damos al pollo porque tenemos economías maltrechas y hemos pasado de un país donde este alimento era de bolsillos generosos a otro que congela esa burbuja que le convirtió en rey Midas hasta ayer.

Errol Flynn, el actor que hizo muchas de las suyas en sus noches de vino y rosas en la noctívaga Palma, dejó patente su sello made in USA –¡tan afines ellos al pollo!– cuando tras una cacería en Son Serra de Marina obsequió a sus acompañantes con una cena de pollos asados nunca vista. Y la cantante Bonnie Tyler se acodaba en la escueta barra del Bar Nito´s, en Gomila, a hincarle el diente a "los mejores pollos" de su vida. Pasajes de gloria del ave, aunque también hay quien se ha quedado seco tras atragantarse con uno de sus huesos.

Proliferan en la ciudad los puestos de comidas para llevar, donde no faltan ni el pollo ni las tradicionales croquetas. De nuevo los días feriados son la estampa evidente de que hay costumbres a las que no podemos renunciar. No hay zona de la ciudad en la que no se cuele en alguna de sus calles un negocio de venta de comidas para llevar. En Don Plato, Catalina Díez aprovecha para mostrar sus mejores artes culinarias "en comida mallorquina y en platos más elaborados". Sin ir más lejos, cordero relleno de cangrejo. Lleva un año y medio en el local, aunque ya estaba abierto desde hace tres lustros. Nacida en Capdepera, con experiencia en hostelería, regala una croqueta de pollo al hijo de una clienta que se acerca a Don Plato, en un barrio que no es el suyo. Catalina vende el pollo al ast a 7,50 euros.

No muy lejos, en Miguel Arcas, Salvatore Magliasso no disimula el pesimismo. Las cuentas no le salen en su negocio. La Mandolina, abierto desde el pasado mes de diciembre. "Pensaba que la zona sería buena y ha resultado que no lo es", señala. Y encima "la crisis". Él sirve el pollo acompañado de patatas a 7 euros. 50 céntimos menos pueden notarse en las economías domésticas. Recientemente le ha salido un competidor a dos pasos de su local, el Àpat, que precisa en su cartel que los pollos son camperos. El ave se vende a la misma cantidad, pero sustituyen el tubérculo por la lechuga.

No dan tregua en Tastau, un amplio local de comidas para llevar abierto dos años atrás en Jaume Balmes esquina Jacinto Verdaguer, un paseo recomendable para los que deciden quedarse en la urbe los días de fiesta. Hay que armarse de paciencia porque, en domingo, ¿quién tiene ganas de cocinar? En la cola, parejas jóvenes, abuelos, los llamados singles –los desparejados por diversas circunstancias de la vida–, en busca de una amplia carta de platos que van desde la paella a las croquetas, que tanto gustan a los niños y mayores; los caracoles, la merluza con salsa de gambas y, cómo no, el ¡pollo al ast! ¿No ha visto cómo le han crecido plumas a su vecino? Para echarse a volar.