Los bomberos habían tenido una jornada dura aquella noche de domingo. Acababan de sofocar un incendio en el Molinar en el que fallecieron dos personas. A las 00,21 de la madrugada del lunes, el servicio de emergencias 112 recibió una llamada de un vecino del Camp d´en Serralta que alertaba desesperado del derrumbe de un edificio en la calle Rodríguez de Arias. La tragedia no había hecho más que comenzar. Las vidas de siete personas se extinguieron de golpe por el desplome de un inmueble construido a finales de los años 50 y cuyas numerosas grietas preocupaban a los vecinos.

En la primera planta estaban durmiendo María Inírida Correa, su hijo Pablo Andrés Valencia y su yerno, Óscar Alfonso Ortiz; del segundo piso murieron Jaume Perelló y su hija Miquela. A Margarita (la madre y esposa) le salvó haber acudido a la cocina, situada en la zona del inmueble que no se derrumbó. En la tercera planta vivían Ute y Wiebke Stomber, un matrimonio alemán que disfrutaba en Mallorca de su jubilación y a quienes la desgracia les llegó el 26 de octubre de 2009.

"En cuanto sonó el estruendo salimos en pijama y vimos una cortina de humo. No se veía nada más allá. Enseguida me puse un pantalón y me acerqué para ayudar en algo. Cuando llegaron los bomberos y las autoridades, me puse en contacto con los jefes del Cuerpo y de la Policía Local para ofrecerles agua, leche y todo lo del bar que necesitasen. Abrimos la puerta y nos pusimos a disposición de los servicios de emergencias durante 24 horas sin parar". Así habla Antoni Pieras, propietario con Mari Carmen Principal del Bar Juan, en la calle Rodríguez de Arias.

La cafetería ubicada en la esquina de enfrente del edificio siniestrado tuvo que cerrar sus puertas hasta el jueves siguiente a la tragedia, por lo que los bomberos de Palma repusieron sus fuerzas en el bar de Mari Carmen y Toni. La ayuda prestada fue reconocida poco después con un obsequio otorgado por el jefe del Cuerpo, Manuel Nieto, y la directora, Pepa Peláez.

Los vecinos que viven junto al solar de la catástrofe todavía tienen problemas para dormir. Le ocurre a la hija de once años de Magdalena Gelabert, cuyo piso está en una primera planta entre las calles Rodríguez de Arias y Alós. "Conocía a Margarita y su familia, fui al funeral y estuve enferma un montón de tiempo, porque todo esto me afectó mucho", dice Magdalena.

En mal estado

La mañana previa al derrumbe, al aparcar su coche justo enfrente del edificio, oyó "cómo caía una piedra o algo parecido en el interior de la planta baja", donde había un local vacío y una antigua lechería. Por la noche, el gran estruendo. "Lo primero que pensé es que ETA había puesto una bomba en el Mercadona. Tenía la imagen de lo que ocurrió en verano", rememora esta vecina.

En el bar de Mari Carmen y Toni, al igual que en el de Montse Pérez o en las cafeterías de la cercana plaza Serralta, el único tema de conversación durante varias semanas fue el fatídico suceso y las malas condiciones en las que se encontraba el edificio. Estos días, un año después, vuelve a la memoria, pero ahora lo que resaltan es la dejación del Ayuntamiento. "La valla que tapa el solar continúa ocupando parte de la carretera, por lo que la gente no puede caminar por la acera", se queja la dueña del Bar Juan. Pero lo que más le duele es el trato que está recibiendo el superviviente Francisco, que tiene que pagar un alquiler y la hipoteca de su casa destruida. "¿Cómo pueden dejar abandonada de esta manera a una persona que ha sufrido tanto?", dice sobre la situación del jubilado.

Por su parte, el Ayuntamiento aún no ha concluido el informe sobre el inmueble que debe entregar al juzgado de instrucción 1, que investiga el suceso. Fuentes jurídicas afirman que el juicio del caso Rodríguez de Arias tardará años en llegar, por lo que el pesimismo de Francisco Páez, de 74 años, después de haber salvado la vida tal vez le termine de hundir.