Puede ser que los turistas de la Playa de Palma se conformasen con una arena limpia y no plagada de colillas, un agua transparente y no trufada de plásticos, y una oferta complementaria modernizada y con un precio asequible. Nunca lo sabremos. Tenemos un plan para s´Arenal. Uno grande de verdad. Con muchas grúas, muchas expropiaciones, mucho gasto público y un aparcamiento subterráneo, otro más, debajo de un bulevar a ninguna parte. Hay que ver lo que les gustan los estacionamientos a nuestras administraciones (esta semana nos han vendido otro en el aeropuerto). Están enganchados.

Que el Consorcio de la Playa de Palma haya aprovechado la gran siesta agosteña para dar a conocer un proyecto que implica el derribo de 360 viviendas, y el realojo de sus habitantes en la quinta puñeta resulta cuando menos chocante para venir del Pacto de Progreso y sus promesas de transparencia. Que todos los partidos políticos que por unanimidad respaldaron este planazo se hayan desmarcado cuando los vecinos afectados se han puesto en pie de guerra (mérito tienen, en pleno agosto) significa que estamos en manos de Dios.