El Baluard del Príncep, que durante décadas ha permanecido en la sombra, renace ahora en los albores del siglo XXI. La ciudad recupera así una de las piezas claves del engranaje defensivo construido a partir del siglo XVI y que permaneció intacto hasta el siglo XX.

A finales del siglo XIX Palma era aún una ciudad fortificada. Un muro de 6.000 metros de longitud y 21.495 pies castellanos, dice el Arxiduc Lluís Salvador, protegía la villa. Diez baluartes, estratégicamente enclavados, configuraban la línea defensiva de la ciudad, mandada construir por Felipe II en 1575, al que debe su nombre el Baluard del Príncep. Éste, junto al de Sant Pere, también llamado el de Santa Creu, sobre el que hoy se alza el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, son los únicos ejemplos de la arquitectura militar renacentista que han resistido al paso del tiempo y a los nuevos planteamientos urbanísticos del siglo XIX y XX.

La amenaza turca y el nacimiento de las armas de fuego obligaron a redactar una nueva concepción del sistema defensivo de Ciutat que, auspiciada por Felipe II, llevaría a cabo el ingeniero italiano Jacobo Palearo, más conocido como Fratín. Su construcción fue un proceso largo que duró más de dos siglos, narra Miquel Àngel Llauger Llull en su libro Rondes de Ciutat. Con él nacía el Baluard del Príncep, erigido junto el antiguo Bastió des Capellans.

La nueva fortificación fue completada en 1801. Pero para aquel entonces su funcionalidad había dejado de tener sentido. En los años sucesivos las férreas murallas se convertirían en un obstáculo para la expansión demográfica de la ciudad, cuyo modo de vida intramuros era cada vez más insalubre. La necesidad imperiosa de abrir la ciudad obligó a derruir buena parte del perímetro, del que sólo quedó en pie el flanco sur. Desaparecían así la antigua Porta del Camp al igual que el puente que sorteaba el desnivel hasta la muralla levantina.

El 10 de agosto de 1902 comenzaron los trabajos de demolición en medio de grandes festejos y del fervor popular. La ciudad iniciaba su viaje hacia la era moderna pero escribiría uno de los capítulos negros para la historia y el arte de la isla.

La antigua estampa de los cordeleros bajo los arcos del puente de Porta del Camp dio paso al nuevo planeamiento urbanístico: el Pla de l´Eixample, impulsado por Eusebio Estada y que materializaría el ingeniero de caminos Bernat Calvet.

La fachada marítima del siglo XX

Desde entonces, el Baluard del Príncep ha vivido en la sombra, siendo testigo de la evolución arquitectónica de la ciudad que ahora le rodea. Desde las avenidas, la primera ronda de la ciudad -paralela a las murallas-, hasta el Parque del Mar, inaugurado en 1984. Proyectos que terminaron por configurar la fachada marítima del siglo XX y que alejaron aún más el fortín de su flanco natural: el mar.

Sin embargo uno de los cambios urbanísticos que más ha marcado este reducto defensivo fue sin duda la construcción de las residencias militares, que hoy empezarán a ser derruidas, al igual que hicieran hace un siglo con las murallas renacentistas. El objetivo del Ayuntamiento de Palma, en cuyo Plan de Ordenación de 1985 ya se propone la demolición de estos asentamientos, es recuperar este espacio, hoy degradado y olvidado, para dar continuidad al passeig de Dalt Murada. Sin embargo, no fue hasta 1999, tras la firma de un convenio con el ministerio de Defensa, cuando se acordó definitivamente su demolición. El largo proceso de expropiaciones ha demorado durante casi dos décadas el proyecto que dirá adiós a los edificios que hoy rodean la plaza de Porta del Camp.

Los bloques de hormigón, que desde la década de los 50 y los 60 han constreñido el baluard darán paso a una nueva fisonomía de la bahía.

A sus pies aún yace enterrado el puente de Porta del Camp, que en breve saldrá a la luz, al igual que cada uno de los rincones del baluard.