Catalán, mérito o requisito

Mar Millán Vivancos

Los traductores saben que para comprender profundamente al autor siempre es mejor leer en original. Traducir es complicado.

Que sigamos aún con el culebrón «catalán: ¿mérito o requisito?» después de tantas décadas convierte nuestra función pública en plataforma de serie barata.

A día de hoy, en Baleares, hay división de bienes. Lo de tu familia es tuyo y lo de mi familia es mío. Clarito. Todo el mundo lo entiende. Nada de gananciales ni rollos. Podemos estar unidos (razones políticas, históricas, de conveniencia, o incluso amorosas), pero no revueltos. Si algo es de los dos, fifty-fifty por escrito.

Entonces, en este mal avenido matrimonio castellano catalán, ¿en qué hablamos? Pues mira, por el bien de la pareja, es requisito que nos entendamos y eso pasa por conocer y acreditar la lengua en que nos expresamos ambos, cómo vemos el mundo, qué nos alegra y qué nos duele. Fifty-fifty.

Lo que es un mérito, que merece celebración, es no hablar más de esto. No convertir en cuestionable en cada nueva legislatura si acreditar aptitud y actitud en esta unión de lenguas, que son almas, es prescindible.

Si no hay aptitud y actitud para entenderte en tu lengua, para hablarla incluso, por el bien de ambos, no hay pareja. Y eso pasa por certificarse apto y demostrarlo. Lo que es un mérito es que aún se crea que no tenemos sanitarios por temas lingüísticos. Quizá cobren bien, pero en otras comunidades, con el mismo sueldo, su nivel adquisitivo es mucho mayor.

Llámalo «problema lengua» y dale 4 añitos de meritosos capítulos traduttore-traditore. Así ganas tiempo para ver si arreglas lo de la saturación turística, la vivienda, la inflación y esas chorradillas isleñas.