Opinión

Sánchez pierde sin que Feijóo gane

El presidente del Gobierno vuelve a pilotar la travesía que en teoría conduce a su naufragio, el líder de la oposición se limita a dar la réplica sin obtener protagonismo

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez.

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez. / EP / EFE

Se entenderá mejor con una comparación. Donald Trump puede ser un nazi, perverso y abusador sexual, pero monopoliza la actualidad como nadie. También de Pedro Sánchez se han escrito cosas terribles, pero en el último recuento seguía allí, reforzado en Cataluña. Cosido a cicatrices pero todavía en pie, sigue perdiendo encuestas sin que Núñez Feijóo apunte personalmente a ganador, más allá de la poco tranquilizadora marca de PP/Vox.

Quizás el presidente habla tanto de sí mismo incluso ante el Congreso, «van listos si quieren quebrarme», porque está sorprendido de su propia vitalidad. En el vigésimo aniversario de la matanza de Irak, el presidente recuerda a un héroe de cómic de hazañas bélicas, librando una guerra absurda. En su enésima agonía, vuelve a pilotar la travesía que en teoría conduce al naufragio, pero el oleaje no se ha desatado. Enfrente, el líder de la oposición se limita a dar la réplica en una faena decorosa, pero que no genera el entusiasmo suficiente para la ignición.

Claro que Feijóo puede y debe ganar, pero a estas alturas tendría que haber desbordado el margen de seguridad. Es tentador el paralelismo con los británicos Rishi Sunak y Keir Starmer. Cuanto más se agita el multimillonario conservador, más crece la ventaja del abogado laborista, en tanto que Sánchez explota su carisma residual. En España, ni el CIS sabría manipular la medición del grado de confianza que inspiran los líderes. Antes del 23J, los cabezas de lista de PP y PSOE empataban en el escaso entusiasmo generado. Sin embargo, el jefe de la oposición aventajaba a su rival porque suscitaba menos desconfianza.

Se han girado las tornas, y Sánchez ha tomado las riendas del liderazgo en los sondeos, con el balance positivo de despertar más confianza que Feijóo. Incluso los encuestados convencidos de que el presidente del Gobierno saldrá derrotado, no se atreven a descartar su inmortalidad. Le beneficia el hundimiento irreversible de Yolanda Díaz, a quien ya nadie considera seriamente como candidata a la sucesión, y emparejada con Díaz Ayuso entre los aspirantes no muy serios a La Moncloa. La domadora de Sumar ha sido exprimida por el presidente, que extrae combustible de los yacimientos más inesperados.

La supervivencia de Sánchez no se cimenta en carambolas brillantes. El emotivo cortejo con Javier Milei pertenece al género paródico, desde la misma elección del adversario. Si hay una cosa más ridícula que votar al libertario argentino, es aceptarlo como interlocutor. El problema de los populistas no radica en que siempre se equivoquen, sino en que es imposible saber cuándo aciertan. El cacareado tacticismo «sanchista», otro término que ha oficializado en el Congreso, es un monumento a la improvisación.

Sin querer, se está incurriendo aquí en el sesgo denunciado sobre el duelo político en la cumbre, la preeminencia visual de Sánchez. Cambiando el foco, Feijóo parece una persona que está siempre elaborando planes que no ejecutará, porque la realidad tiende a pasarle por encima. Al reprochar al presidente del Gobierno sus ocurrencias, el líder conservador olvida que siempre le pillan a contrapié. Durante los incomprensibles cinco días de cierre de La Moncloa por reflexión del titular, nadie ocupó su lugar. Deudos y acreedores se limitaron a aguardar su decisión, sin plantearse en serio la sustitución.

El exceso de paciencia puede convertirse en un vicio, y también Feijóo ha dado brincos como avalar la ley de amnistía por silencio administrativo, una vez escuchadas las filípicas de todos los licenciados en Derecho del país. La urgencia es relativa, porque González, Aznar, Rajoy y Sánchez perdieron dos envites antes de consagrarse. Sin embargo, el reloj biológico también apunta en contra del candidato repescado por el PP.

En contra de los protocolos , el relevo en las instituciones democráticas se registra antes de las elecciones, cuando el aspirante absorbe la realidad informativa y barre a su rival de las antiguas portadas. Este fenómeno de sustitución no se ha producido en España. El dilema es sencillo, ¿prefiere usted hablar mal de Sánchez o bien de Feijóo? En la dictadura de Twitter, ser ignorado no es preferible a ser odiado. Aunque sea para bien.

El presidente del Gobierno es un río que desemboca en sí mismo. Su frustración, palpable incluso en el semblante, se debe a que tampoco puede presumir de controlar la permanencia en el cargo. Ha alcanzado el punto en que se siente defraudado por una realidad a la que desea imponerle hasta los matices, véase la sonrojante defensa de su esposa. Frente al desordenado huracán socialista, Feijóo muestra reticencia, una virtud encomiable antes de retirar a un embajador pero desaconsejable cuando se aproxima el jaque mate. Porque mientras la pregunta siga siendo cuánto puede perder Sánchez, Sánchez no estará perdido. Las europeas, al igual que las autonómicas del 28M, pueden convertirse en el enésimo desenlace equívoco para certificar una despedida que nunca acaba de materializarse.

Suscríbete para seguir leyendo