Opinión | PENSAMIENTOS

Cuatreros de aeropuerto

Una de las claves de la civilización es la confianza, «la esperanza firme que se tiene en una persona o cosa». Sin esa credibilidad, y presunción de que vamos a ser bien atendidos y que todo va ir bien, no podríamos salir de casa.

La reflexión viene a cuento por dos recientes operaciones de la Guardia Civil que han desarticulado sendas presuntas bandas de ladrones de equipajes en los aeropuertos de Tenerife Sur y Barajas.

Cuando uno emprende un viaje deposita en manos de terceros parte de su patrimonio e incluso su vida. Todo está pensado para que pasajeros y equipaje lleguen juntos al destino, aunque muchas veces en compartimentos separados. No siempre ocurre así: las pérdidas de bultos suelen ser frecuentes, especialmente en caso de trayectos con escalas.

Lo ocurrido ahora es mucho más grave. Setenta y dos empleados de compañías de asistencia en tierra se dedicaban, de manera organizada y sistemática, a hurtar joyas, dinero en efectivo, dispositivos electrónicos, ropa y alimentos de «trolleys» y bolsos.

En el Reina Sofía de Tenerife se recuperaron bienes por valor de dos millones. En el Adolfo Suárez de Madrid se calcula que el botín ascendió a 120.000 euros.

Los ladrones tinerfeños lo tenían todo muy estudiado. Ralentizaban el embarque de las maletas. Iban despacio y dejando tiempo entre una y otra. En el interior de la bodega colocaban lonas para no ser vistos desde las pistas. Punzaban las cremalleras para abrirlas con bolígrafos. Saqueaban y volvían a cerrar como si no hubiera pasado nada.

Para sacar de la terminal los efectos sustraídos se valían de falsos pliegues en su ropa de trabajo y de otros trucos.

Teóricamente las instalaciones aeroportuarias son lugares de máxima seguridad. Hechos como estos demuestran lo contrario. El personal de tierra está sometido a múltiples controles. Si tienes antecedentes penales no puedes trabajar en estas empresas.

La tentación era muy grande. Los empleados desleales que robaron efectos más caros fueron arrestados (30), el resto fueron interrogados en calidad de investigados.

La Guardia Civil ha intervenido algunas cosas. Un religioso nicaragüense de tránsito por Madrid perdió una biblia llena de fotos personales y anotaciones. Un joven músico que viajaba, todo ilusionado, a Londres a dar un concierto se quedó sin su violín.

Una universitaria de Nueva York recuperó su móvil de última generación. A un militar estadounidense le sustrajeron su cámara. Se la pudieron mandar a su destino en Puerto Rico. A otro hombre le robaron su tableta hace nada menos que dos años.

Sin embargo, la mayoría de las víctimas no han tenido esta suerte. A las pérdidas patrimoniales, o sentimentales, se unieron perjuicios laborales y las molestias de tener que denunciar desde sus puntos de destino.

Las «urracas» también se apropiaban, curiosamente, de muchos alimentos. Los investigadores han hallado en los registros jamones, embutidos y latas de conserva, que los pasajeros transportaban como recuerdo o regalo para sus seres queridos. Todo ello ha tenido que ser donado a la beneficencia.

Los supuestos ladrones canarios contaban con cómplices para rentabilizar sus fechorías. Nada menos que 27 joyerías de Santa Cruz están siendo investigadas por receptación. Internet era otra vía para vender lo expoliado. ¿Habrá otras bandas similares?

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