DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER | TRIBUNA

El problema de no concebir la existencia del machismo

Mi primer contacto con el machismo fue en las fiestas de Pòrtol, me contaba un buen amigo. Hace casi cuarenta años a mi amigo Tomeu le gustaba una preciosa chica de ojos marrones. Tomeu que hoy, con casi sesenta años sigue siendo igual de tímido, no se atrevía a confesárselo y esperaba la ocasión de acercamiento que las fiestas podrían ofrecer. Sin embargo, no pudo ser porque apareció por allí un buen mozo. Lo que en aquella época se denominaba un «auténtico ligón». El tipo, que no era especialmente guapo, pero sí tenaz casi hasta el acoso, puso cerco a la cría. No la dejaba ni a sol ni a sombra. No permitía que otros chicos se acercaran. La invitaba a alcohol y finalmente se enrolló con ella. Nada especial. Cuatro besos y algo de magreo. Pero al día siguiente, Xisca que así se llamaba la cría estaba molesta y le confesó a Tomeu que «se había enrollado para quitárselo de encima». Con eso solo consiguió que se le pasara el enamoramiento ya que nunca entendió porque no mandó a tomar por saco al ligón de mierda y se quedó con él que siempre la trató con respeto. En aquel momento me sentí como la víctima despreciada, me cuenta Tomeu. No supe ver que la verdadera víctima era Xisca o que los dos éramos víctimas del «aguililla» y de la sociedad de aquellos años que encumbraba estos modelos masculinos.

Conocí a Tomeu en un pasillo de mi empresa. O más bien conocí al verdadero Tomeu en ese pasillo porque ya nos habíamos tratado anteriormente, pero en ese pasillo le vi enfrentarse a un directivo que se dedicaba a acosar y babosear a otra compañera, una de las primeras jefes que contrató nuestra empresa. Dolores era nuestra jefe y teníamos bastante confianza y trato amistoso. Por eso, en uno de los miles de almuerzos que compartimos se habló de acoso y machismo. Tomeu y yo opinábamos que se estaba exagerando el tema, que se estaba criminalizando a todos los hombres por culpa de algunos degenerados. Que en la sociedad hay muchos hombres que se aprovechaban de su condición, pero también muchas mujeres que se aprovechaban de su sexo. Lola callaba y escuchaba. No le apetecía participar hasta que empezó su confesión. Nos dijo que estaba harta de abrazos que no pedía, de caricias en el pelo que no quería, de palmadas en el trasero y, sobre todo, de tener miedo a cruzarse con los pasillos con determinados directivos. Que eso le venía pasando desde que entró en la empresa hacía veinte años. Que no era nada denunciable pero que le hacía la vida muy desagradable. Que la situación había ido mejorando pero que aún quedaba alguno con el que temía cruzarse. Tomeu resolvió esa situación.

Mi problema es que yo no concebía estas cosas, me cuenta Tomeu. Nací en una familia de tres hermanos en la que los padres trabajaban fuera. Los dos eran maestros y se repartían por igual los trabajos de la casa. De los tres hermanos, una era chica y mis padres nunca hicieron ninguna distinción. Nos currábamos los baños, limpiábamos el polvo o pasábamos aspiradora en turnos iguales y sucesivos. Sin distinción de sexo. Por eso no daba crédito cuando pasé la primera Nochebuena en casa de la familia de mi mujer y mi suegra me reprendió por echar una mano para quitar la mesa y los varones mantenían el culo pegado a la silla mientras sus mujeres, que como ellos trabajaban también fuera de casa, recogían la mesa. Yo no podía concebir que la sociedad funcionara de esa manera porque había tenido una educación diferente a la general. Por eso, no me cabía en la cabeza lo que hacen esta clase de tipejos fuera una forma de acoso. Cuando los veía actuar de esa manera experimentaba una sensación entre la náusea por el trato que daban a las mujeres y la envidia porque eran el modelo social a imitar.

Sigo tratando a Tomeu. Me lo encuentro algunos viernes en las zonas de los viejos rockeros: Los Rafaeles, el Trendy, el Kamaleónico. Las cosas han mejorado, me dice Tomeu con una sonrisa, porque ahora también cazan ellas. Pero los «aguilillas» siguen siendo igual de babosos. No es frecuente que una mujer que te acaban de presentar te pase el brazo por los hombros para hacerse una foto contigo. Tampoco es frecuente que una mujer que te acaban de presentar te pase el brazo por la cintura. Es que tampoco invitan a copas, diría «vividor follador» pidiendo prestado el calificativo a una famosa serie de televisión, e incluso se cabrea si la chica le dice que se aparte cuando el solo «ha sido cariñoso». Quédate con tu copa antes de tocar y circula que tus cariños ensucian Tu conducta no es de ligón. Ni siquiera eres un «aguililla». Eres un auténtico acosador y cada vez hay más gente como Tomeu, amigo. Así que las manos quietas que, aunque la chica no te haya dicho que no, tampoco te ha dicho que la manosees. Este asalto lo van a ganar las Xiscas, los Tomeu y las Lolas.