Desde el siglo XX

El PP no sabe rematar a una Armengol carbonizada

La desmesura que caracteriza las ofensivas del PP le sitúan en la inoperancia, se constata ante Francina Armengol, incapaz de ofrecer explicaciones solventes

Francina Armengol

Francina Armengol / EP

José Jaume

José Jaume

La comparecencia que ayer protagonizó Francina Armengol en el Congreso de los Diputados, revestida de impostada solemnidad, devino ridícula (no nos adentremos en la sintaxis), propia de quien no está en disposición de dar respuesta a las preguntas que gravitan sobre su credibilidad, puesta en algo más que en entredicho. Estafada por los golfos apandadores de la trama corrupta de Koldo, el protegido de José Luis Ábalos, en más de dos millones de euros en el momento álgido de la pandemia. Armengol nada dijo sobre la tardanza en reclamar la devolución del dinero, los tres años al pairo; sus justificaciones de lo que hizo y cómo adolecieron de la mínima concreción exigible. Dos millones de euros volatilizados de similar manera a cómo al alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, otros golfos apandadores le birlaron seis millones de euros, como para que ahora el deslenguado alcalde exija la dimisión de Armengol sin aplicarse el cuento. El desbarre habitual de la mayoría de dirigentes del PP, que, con el pasado que su partido lleva a cuestas, algo más de pudor les vendría a cuento. Armengol adquiere evidente responsabilidad política, que se niega a asumir, nada decimos de las responsabilidades penales, que las dilucidará o no la Justicia, por el momento es no: nada hay en el sumario que la involucre. La responsabilidad política está ahí, concierne, no es poca cosa, a la tercera autoridad del Estado, a la que hoy ostenta la presidencia del Congreso de los Diputados.

¿Por qué no cae Armengol? Hay dos razones; la primera, la mencionada desmesura que define a las cacerías que emprende al PP, la que le esteriliza para cobrarse pieza tan importante. El portavoz del PP, Miguel Tellado, dio rienda suelta a la desbarrada, con lo que compacta a los que dirige sus incendiarias andanadas. El PP no puede, no sabe, rematar a Armengol, y eso que deambula carbonizada. La segunda razón: Pedro Sánchez no está en situación de dejarla caer; de hacerlo, se juega la continuidad de la Legislatura ahora que parece que el acuerdo con Junts para aprobar la amnistía y los Presupuestos del Estado se halla a la vuelta de la esquina. El PP seguirá desbarrando. No conseguirá más que incrementar el ruido. Demasiado.

Si el PP es incapaz, por indigencia política y por las circunstancias sobrevenidas, de acabar con Armengol, qué decir del PSOE balear, del desarbolado portavoz parlamentario Negueruela, que, profuso, confuso y difuso, desaprovecha insensatamente el inmenso caudal que le proporciona el vicepresidente del Gobierno de Marga Prohens, que calla sospechosamente sobre las razones por las que no reclamó los millones defraudados en tiempo y forma. Negueruela, con él el PSOE balear, desperdicia la oportunidad de hacer caer a Antoni Costa, el vicepresidente que contrató, a sabiendas de que lo era, a un agresor sexual amigo suyo, que, para completar la fechoría, dio un puñetazo en su huida a la carrera a un agente de la autoridad. Ahora llega el juicio, momento para que al vicepresidente del Gobierno de Prohens se le exija día sí y otro también las responsabilidades que acumula, se niega obscenamente a satisfacer. Costa llega al extremo de, como portavoz del Ejecutivo, demandar explicaciones y responsabilidades, cómo no, a Armengol. Inaudito. Y otra que tal baila, la portavoz tránsfuga a deshoras de Vox Idoia Ribas, que se desata exigiendo la inmediata dimisión de Armengol. Semejante caradura es llamativa.

Retornando al asunto central: Francina Armengol continuará presidiendo el Congreso de los Diputados. No caerá. Pero que no quepan dudas: se ha quedado sin futuro político. Es, desde ahora, rémora para el PSOE balear, un molesto estorbo para el Gobierno de Pedro Sánchez. Peso muerto. Será apeada de la secretaría general del PSOE en las islas. No volverá a presentarse a unas elecciones. Su destino es el ostracismo. Lo mismo, exactamente igual, que el que le aguarda a Antoni Costa, tan distinto a Armengol, tan pagado de sí mismo como lo está la tercera autoridad del Estado, incapaz de pedir perdón.

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