Epiménides en la política

Ilustración: Verdad y mentira.

Ilustración: Verdad y mentira. / Ingimage

Juan José Company Orell

Juan José Company Orell

Fannie Flag, autora de la obra literaria Fried Green Tomatoes at The Whistle Stop Café, que algunos de Ustedes recordarán por su casi homónima plasmación en la gran pantalla, ponía en boca de uno de sus novelescos personajes la siguiente frase «eres un político o es que mentir está en la sangre de la familia»; y es que ciertamente eso de alejarse de prisa y corriendo de la verdad, de sufrir una especie de alergia a ella, suele predicarse, y convencido de ello se encuentra el vulgo, como condición, sino indispensable si de cierta necesidad, para dedicarse a lo de la res pública. Esa especie de erisipela en la epidermis de algunos políticos, llámenme ingenuo pero sigo teniendo la esperanza de que no todos, se agudiza cuando se hallan en contacto con el poder, con cualquier nivel del mismo, y lo peor es que, como consideraba Hannah Arendt, el gobierno miente para ganar credibilidad, lo interesante es que frecuentemente funciona.

No me uniré sin más a los que opinan, sin duda no faltos de motivo, que los políticos mienten de ordinario y por extenso, aún cuando paradójicamente de creer en las palabras y manifestaciones de estos últimos deberemos convenir que tal sospecha es hecho cierto por cuanto entre los propios se acusan los unos a los otros y sin descanso, un día sí y otro también, de mentir como bellacos a la ciudadanía, y ellos tendrán superior conocimiento del asunto de su mutua veracidad o mejor dicho in veracidad; lo que sí se constata es que la mayoría de ellos sienten cierta aversión a contarnos alguna verdad sin enmascararla, camuflarla o maquillarla a modo, más aún se abstienen modosamente de darles a los ciudadanos, a esos que les pagan el sueldo, y a los que se espera sirvan lealmente, informaciones veraces, importantes, necesarias y que les afectan y manejan sus vidas, dando lugar a todo un imperio de la confusión y la conjetura para solaz de los medios de comunicación, en un intento de tutti quanti de dejar al adversario de turno con las vergüenzas al aire ocultando las propias;

Y es que cuando se percibe fácilmente la abundancia de mendacidad en las clases dirigentes, que entre sus funciones tienen el deber de dar ejemplo, aquella se derrama por simple gravedad sobre todas las capas sociales, cuyos integrantes se cuestionan que si los de arriba faltan a la verdad de forma alegre, ligera y generalizada como se les va a exigir a ellos distinto. No hay nada que afecte más a la ciudadanía toda en su fe hacia el sistema que la acendrada creencia de que quienes la gobiernan o tienen algún poder administrativo sobre ella, son gente de poco fiar, torva, de virtud fácil con lo que respecta a decir verdad, y es que la confianza, cual planta delicada, cuando se seca no renace.

Y no ayuda a mantener esa confianza para con la clase dirigente el que ellos mismos afirmen con rotundidad, como ya referí, que sus homólogos, siempre los de enfrente, mienten a mansalva, poniéndonos así ante una nueva y muy actual paradoja epiménidica, a saber: cuando un político dice que los políticos mienten, siendo ellos mismo de igual condición y cualidad, ¿mienten o dicen la verdad?; Y si dicen la verdad ¿entonces mienten los políticos?; ahí les dejo en la duda, aún cuando creo que quien duda está siempre más cerca de la verdad.

Pero no caigan ustedes en la solución fácil de adjudicar toda la responsabilidad de lo que nos sucede exclusivamente a los electos como si los electores no fueran, no fuéramos, factor primordial en el despeje final de la ecuación. El que fuera político estadounidense Alan Keyes mantenía que el acto de votar es una oportunidad para que los ciudadanos recuerden que nuestra forma de vida se predica sobre la capacidad del pueblo llano de juzgar cuidadosamente y bien. Quizá la ciudadanía debiera ser algo más reacia a ser simplemente liquida, fluida, a ser puramente corriente de fácil conducción; mejor fuera conservar alguna solidez en su, nuestro, modo de ver, ser y decidir y también por ventura debieran los políticos hacer propias las palabras del laborista australiano Arthur Calwell, que creía que era mejor ser derrotado por los principios que ganar por las mentiras; claro que Calwell era a su vez político y así volvemos a la casilla uno del Juego de Epiménides.

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