La vida de los otros en nosotros

No solía hacerlo, pero desde hace un tiempo leo dos libros a la vez: dos ensayos que, intuyo, dicen mucho del momento que ahora atravieso, tanto en lo personal como en lo literario

Libros.

Libros. / SHUTTERSTOCK

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

No solía hacerlo, pues consideraba que estaba cometiendo una especie de traición al repartir mi atención entre dos autores, pero desde hace un tiempo leo dos libros a la vez: uno, en casa y, otro, en el transporte público. El concepto que tengo de la fidelidad, del compromiso, es de otra época, o puede que el único modo de combatir mi neurosis sea la estabilidad, narrativa y vital. Mi cabeza necesita el mismo orden que los espacios en los que me muevo, donde vivo y trabajo, y de ahí que reserve la ficción para la tranquilidad de un hogar construido en un espacio literalmente único y me sumerja en la no ficción en ambientes más contaminados, de gente, de ruidos y de todo lo demás, como son el metro o el autobús. ¿Por qué? No lo sé. Hay preguntas que son como algunas buenas novelas: solo tienen planteamiento y nudo, no necesitan desenlace.

Aunque en los últimos días los libros que me acompañan entre las cuatro paredes desde las que escribo estas líneas y en mis traslados por la ciudad son dos ensayos que, intuyo, dicen mucho del momento que ahora atravieso, tanto en lo personal como en lo literario. En casa son las páginas de Querida amiga, desde mi vida te escribo a tu vida, de Yiyun Li, las que me orientan (es eso, orientación, lo que en este momento necesito), y en la calle me dejo llevar por las palabras de Rebecca Solnit en Una guía sobre el arte de perderse.

Leyendo este último, en el vaivén poco propiciatorio para la concentración de lo urbano, me he topado con una palabra preciosa que conecta a Solnit con Li y a ambas conmigo y con cualquiera que haya experimentado el vacío de la ausencia. Se trata de shul, término que en hebreo significa escuela (así llaman los judíos a la sinagoga o al lugar de oración) y cuya traducción en tibetano es sendero. Es esa definición la que aparece en el libro de Solnit y la que ha motivado, en realidad, este artículo.

«El vacío es el sendero por el que se mueve la persona centrada». Eso dijo hace más de seis siglos un sabio tibetano. Una afirmación que la autora estadounidense encontró en un libro en el que aparecía la siguiente descripción de esa hermosa palabra, shul: «Una marca que permanece después de que pasa lo que la hizo; una huella, por ejemplo. En otros contextos, shul se emplea para describir la cavidad rugosa que queda donde solía haber una casa, el canal erosionado en la roca por la que ha pasado la crecida de un río, la mella en la hierba donde durmió un animal la noche pasada. Todas estas cosas son shul: la impresión de algo que estuvo ahí. Un sendero es un shul porque es una impresión en el suelo dejada por el paso regular de pies, que se ha mantenido libre de obstrucciones y conservado para que lo usen otros».

Son acepciones relacionadas con el vacío y, por lo tanto, con la ausencia. Con la que dejan quienes desaparecen de las vidas que compartimos, ya sea porque la suya se trunca o debido al puro azar que rige las relaciones. Pero también con nuestra huella en los otros. Lo que me lleva a pensar en el sendero que mis padres dejaron en mi vida, un hueco inmenso y lleno de zarzas por el que todavía estoy aprendiendo a transitar, y en el que yo podría haber dejado en las de quienes me quisieron en un pretérito que, por fortuna, devino en un futuro que hoy es presente.

La reflexión sobre cómo lidiar con los pensamientos suicidas está muy presente en el libro de Yiyun Li, que toma su título de una frase de los cuadernos de Katherine Mansfield. «Siempre he creído que, entre la vida y la muerte, entre el ser y el ya no ser, hay secretos que comprenden los que están más cerca de morir. Yo también quiero conocerlos. Pero conocer no es comprender», escribe la autora, de origen chino y que en 1996 emigró a Estados Unidos, donde logró fraguarse una brillante carrera literaria. Hoy, Yiyun Li enseña en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). Yo sueño con asistir a una de sus clases para, al final, acercarme a ella y darle las gracias por seguir viviendo.

Suscríbete para seguir leyendo