La necesidad de mirar

Tokio, diciembre de 2009.

Tokio, diciembre de 2009. / Pedro Coll

Pedro Coll

Pedro Coll

Cuando me cruzo con una imagen mía captada años atrás, en la que aparece alguien desconocido, me pregunto siempre cual habrá sido el devenir de la vida de aquel personaje desde el momento en que lo encuadré y pulsé el disparador. Es solo curiosidad vital. Porque en mis proyectos peripatéticos más personales no necesito saber de la vida real de quienes se cruzan ante mi cámara, tan solo los veo como integrantes de mis lucubraciones. Y es que no pretendo documentar ni describir, intento imaginar y narrar, como si estuviera escribiendo las líneas de un texto sobre un papel en blanco.

Esta imagen tomada en Tokio me va a servir para explicarme: el individuo que está en primer plano, fuera de foco, es una parte de un todo, no sé quién es ni voy a intentar saberlo, otros elementos trascendentes son la modesta cartera que contiene sus secretos, la taza de café ya consumido y, como fondo, tras la barrera de cristal, la calle. Su conjunto, intencionadamente hurtado, me sugiere sensaciones que podrían llevarme a una historia… que ni tan siquiera sería la suya.

Me gusta perderme en el anonimato de las grandes ciudades. Leo a Onetti y se me van las manías: Mientras están solos, los solitarios son felices. Cuando salen al mundo, y los envuelve el fragor de la ciudad, es cuando se sienten verdaderamente solos. Y en esa soledad se hace la buena literatura, porque la literatura es soledad. Onetti hablaba de literatura, pero yo interpreto sus palabras por analogía y las suscribo.

Robert Frank, narrador antes que artista, autor de The Americans (1958), solía decir: procuro no ser visto. Coincido, pienso que es esencial pasar desapercibido. Padezco la variante urbana del síndrome del lobo estepario y necesito de la soledad dentro del bullicio para abordar lo que busco. Y desde esa burbuja me convierto en ladrón de momentos. Todo fluye, nada permanece. Este concepto emanado del griego Heráclito arraigó en mi en un aula del Instituto Ramón Llull de finales de los cincuenta, y fue gracias a la envolvente palabra de Josep Font i Trías, catedrático de Filosofía para varias generaciones de bachilleres palmesanos. Por lo tanto, cuando la dinámica natural de las cosas, en su constante movimiento, las lleva a que confluyan en un punto visual para mi deseable... intento atraparlo. Me valgo para ello de la mirada y utilizo un instrumento mecánico, o digital, frío y carente de opinión, obediente, que acaba convirtiéndose en parte de mi anatomía y transmisor de mi mente. No entablo relación con nadie, carecería de sentido, simplemente espero a que ocurra algo que me llame. El resultado no tiene por qué ser el que espero, de hecho, es muy difícil alcanzar las imágenes que uno desea, pero hay ocasiones, contadas, que superan tus expectativas. Esta búsqueda del momento crucial lleva consigo la emoción de vivir, aún sin que la acompañe el éxito.

Todas estas imágenes, solas o conformando series, conseguidas con la tenacidad del sicario, para mi equivalen a lo que en el mundo de la literatura podría ser un texto, unas líneas escritas solo sugiriendo, el esbozo de una historia. Y pretendo que esa provocación lleve al lector de mis imágenes a querer saber más, a sabiendas de que no va a poder saber más... como no sea que se ponga él a imaginar a partir de ahí.

Para ello soy partidario del minimalismo técnico, todo el esfuerzo está en la idea. Se trata de un sencillo proceso mental, análisis y síntesis. El motor que arranca este proceso es la necesidad de mirar, al que hay que añadirle concentración absoluta y tiempo. Mantengo el hambre de cuando estaba comenzando, pero la experiencia aporta seguridad y control, además de otra ventaja sobre aquellos tiempos iniciáticos: no pretendo convencer a nadie que no sea a mí mismo.

Nota al pie: A este voyerismo creativo, tan antiguo como la misma fotografía, al actual colectivo fotográfico de hoy le ha dado por llamarlo street photography… y parece que han descubierto la penicilina. Robert Capa, Cartier Bresson, William Klein, Robert Frank, Elliott Erwitt… si levantaran la cabeza se reirían un rato.

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