EN AQUEL TIEMPO

Una deriva inquietante

¿Tiene sentido, por lo menos algo de sentido, que Rusia haya invadido Ucrania y, a los dos años, esta guerra nos comience a molestar hasta preguntarnos si no sería mejor abandonarla y tal vez dejar paso al fascismo totalitario de un tal Putin? 

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski.

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. / -/Planet Pix via ZUMA Press Wire / DPA - Archivo

La Europa que conocemos es el fruto de una serie de personas que llegaron a convertirse en personajes, pero también de unos países que abandonaron sus nacionalismos a ultranza para avanzar en la conquista de sus conjunciones económicas y políticas. Incluso, si uno observa con minuciosidad los textos fraguados hasta Maastricht, despiden un cierto sabor a eticidad, porque no renuncian a sus referencias históricas e intelectuales.

Eran tiempos de «refundación» de un compacto continental, que llegó a abrirse a la siempre reticente Gran Bretaña, hasta el desolador Brexit. Cito nombres concretos: Adenauer, De Gasperi, Schumann, Kennedy, hasta llegar a Angela Merkel, que ha tenido la brillantez de retirarse del todo. Rara avis. Pero es que además de nombres políticos, surgen otros de naturaleza intelectual y cultural que siguen llamando nuestra atención y curiosidad: Marcuse, Arendt, Adorno, Zubiri, Russell, Bueno, Focault, Marías, Aranguren, Gramsci, y siempre en la retaguardia, Jasspers y Heddegger, entre muchos otros. Todos ellos nos inspiraron esperanza pero también una herencia consistente en «tomarse la vida en serio». No lo escribo con inútil nostalgia. Solamente para entender mejor lo que actualmente nos sucede. Dicho en pocas palabras: la filosofía ha sido sustituida por la tecnología. El espíritu por el dato. Y con los datos vivimos obsesionados. Lo concreto. Lo instantáneo. Lo coyuntural. Lo evidente. Y ahí mismo, han surgido las Fakes y el Tiktok, es decir, una invención de la realidad para evitar la dureza de la realidad misma. De esto se trata. Con todo esto, nuestro futuro europeo y occidental. Nosotros.

¿Tiene sentido, por lo menos algo de sentido, que Rusia haya invadido Ucrania y, a los dos años, esta guerra nos comience a molestar hasta preguntarnos si no sería mejor abandonarla y tal vez dejar paso al fascismo totalitario de un tal Putin? Los jóvenes rusos mueren, y Rusia misma calla. Ucrania está siendo derruida, y ya comenzamos a contar lo que costará reconstruirla. Trump puede alcanzar de nuevo la cúpula del país más poderoso del planeta, advirtiendo que dejará en vilo a la pretenciosa Europa, y asistimos a esta posibilidad como si de algo necesario se tratara. Novolni es asesinado entre témpanos, miles de comentarios, pero nada más, salvo algunas medidas del señor Biden. Y entre nosotros, ¿tiene lógica que llevemos meses ateridos de frío por esa cansina amnistía, mientras un grupo catalán, mínimo en la vida española, nos marca la hoja de ruta? ¿Alguien mínimamente sensato puede creerse de verdad que esta medida, que nos llegará, conseguirá una mejor convivencia en Cataluña, cuando casi el 40% de su población no la apoya? Está claro que el actual Gobierno de Coalición seguramente sobrevivirá a este desastre territorial pero también lo es que el socialismo español se dejará una gran parte de su identidad y credibilidad en el invento. Mientras tanto, los nacionalismos aumentan su presión en las urnas, y los demás podemos pecar de ingenuos asegurando que, para mejor resistir su envite, nos ponemos en sus manos. Un observador ajeno diría que hemos perdido la razón. En esta coyuntura, África rechaza sus vínculos con Europa y se entrega a China y Rusia, incluso con una componente agresiva de corte religioso. Las clases medias cada vez más se identifican con el proletariado tradicional, porque los asalariados declinan ante el coste de lo necesario. Ahí están los tractores airados. Pero ellos somos nosotros. Cada uno a su manera.

Y uno se pregunta: ¿Dónde aparecen los «pensadores de la realidad», más allá de los repetidos volúmenes y discursos sobre un peligroso avance de una tecnología que está superándonos por completo con la IA, panacea para algunos y miseria para muchos? Pero es que, en su momento, resulta que se impuso a nuestros jóvenes que, para seguir adelante, había que elegir entre Filosofía e Historia, dando a entender que ninguna de las dos era objetivamente necesaria. Pensar se ha convertido en un arte innecesario, crear aparece como una posibilidad simplona y un tanto fácil, disfrutar de la vida es una invitación cansina a momentos impactantes pero pasajeros, y solamente algunos/as son capaces de aventurarse a alguna emoción contrastada y duradera, toda vez que el matrimonio anda desahuciado y que «tener niños» es un lujo que se contrapone a una vida meramente agradable con los salarios de broma.

Demos un paso más. ¿Alguien sigue soñando en una socialdemocracia digna de ese nombre, en lugar de haberla convertido en una serie de medidas populistas que convencen desde los subsidios y casi nunca desde la creación de puestos de trabajo sólidos y bien pagados? Hablar de igualdad es muy fácil, pero descender a lo que realmente iguala produce inseguridad existencial. Salvo en la cuestión feminista, en la que se están produciendo transformaciones objetivas, en un clima de diversidad de ideologías que para nada ayudan a la causa común. Seguramente, el feminismo llegará a ser la tarea más relevante del siglo, con repercusiones inesperadas. La sociedad se ha hecho, por fin, femenina. Incluso los volúmenes más aventajados tienen que ver con esta situación y sus derivados personales y sociales. Las mujeres comienzan a pensar sobre sí mismas con una rotundidad desconocida hasta ahora. Y al pensar sobre ellas, piensan sobre el conjunto. Otra vez, nosotros.

Es evidente que la realidad es otra muy diferente a la de hace años pero la necesidad de contar con personajes públicos de envergadura cada vez es más acuciante. Sin nostalgias inútiles pero puede que con una cierta envidia, será necesario encarar el gran desafío del «calentamiento global», que seguramente nos obligue a cambiar de modelo de sociedad. Y sabremos hacerlo. Y seremos capaces de pensarlo. Por necesidad. Pero en general, constatamos una deriva inquietante.

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