Al Azar
Putin mata a Navalni
El titular «Putin mata a Prigozhin» chocó con la pulcritud exigible en las aportaciones de cariz internacional, pero hay que volver a intentarlo en «Putin mata a Navalni». Y si la muerte del condottiero belicoso obedecía a una guerra entre césares, el asesinato en cámara lenta del opositor desarmado y de trayectoria borrascosa remite a las ejecuciones simbolizadas en Jesucristo. En la óptica del Kremlin, incluso el ucraniano Medvedev es más respetable en cuanto colega que el extraordinario comunicador que desarmó a la nomenklatura mafiosa desde dentro, en reportajes de excepcional factura.
Los antecedentes ultraderechistas de Navalni son tan peligrosos como la carrera de Putin a lomos del KGB. Sin embargo, la evolución posterior del líder nacionalista asombra en una época enmarcada por las concesiones políticas, y donde el líder de Hamás vive como un pachá en Qatar mientras matan a sus milicias sobre el terreno. El disidente ruso, que tras su muerte queda emparentado con gigantes como Sájarov o Solzhenytsin, no solo sobrevivió al envenenamiento decretado y negado por el Kremlin, sino que regresó de Berlín a Moscú a sabiendas de que estaba ascendiendo los peldaños del cadalso.
¿Se puede fallecer de muerte natural tras ser internado con un estado de salud discutible en una colonia penal situada al norte del Círculo Polar Ártico? El disidente tuvo tiempo de bromear con su condición de Papá Noel recluido entre los hielos, con el mismo sentido del humor escalofriante que derrocha en el imprescindible documental con su nombre. Allí telefonea con sangre fría a quienes le envenenaron, y no les reprocha el intento de asesinato, se limita a preguntarles por sus motivos. En fin, Putin mata a Navalni como Mohamed Bin Salman descuartiza a Khashoggi, apliquemos como mínimo su lección de llamar a las cosas por su nombre. A partir de aquí, ya solo falta fichar a deportistas de élite para blanquear a los tiranos y tratar de demostrar que las dictaduras pueden mejorar a pelotazos. Un ruso acaba de dejar muy alto el listón de la fidelidad a los principios. De repente, quienes parecen clowns son los políticos convencionales.
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