El procés no fue terrorista, el ruido en Ferraz tampoco

Si todo es terrorismo, nada es terrorismo, el país de ETA y del 11M islamista debería ser especialmente pulcro para no encajar cualquier desorden callejero en el mapa del terror

Matías Vallés

Matías Vallés

En los años de ETA, cada pronunciamiento público sobre las cuestiones más peregrinas debía ir precedido de una abominación del terrorismo. Era una prueba de pureza de sangre, un exceso justificado por los crímenes en curso, un tributo a la preponderancia de la banda asesina sobre la actualidad. Sin embargo, los panterroristas aspiran a una atmósfera de terror perpetuo, nadie debe escapar a las coordenadas ominosas. Este análisis cuenta con pruebas. La Audiencia Nacional ha instruido muchas más causas por enaltecimiento del terrorismo desde que no hay terrorismo, titiriteros incluidos.

La inmersión a perpetuidad en un terrorismo ya imaginario obliga a fantasear con la asimilación del procés catalán, tal vez el fenómeno secesionista más masivo y pacífico de que se tiene noticia. Esta torpeza dialéctica obliga a constatar que la tropa de Puigdemont no incluye a terroristas, a lo sumo alborotadores. Tampoco puede asociarse el terror con las algaradas ultras delante de Ferraz, pese a estar dirigidas contra la sede de un partido concreto. Y de ninguna manera se compadecen con la definición de terrorista los agricultores que han insultado a los policías con enunciados de exaltación etarra. Es superfluo especificarlo, porque los tractoristas deslenguados no arriesgan los dos años de cárcel impuestos a raperos como Valtònyc, reos del trasegado enaltecimiento.

Si todo es terrorismo, nada es terrorismo. El país de los centenares de muertos de ETA y del mayor atentado único en suelo europeo, con los 191 muertos del 11M islamista, debería mostrarse especialmente pulcro para no encajar cualquier desorden callejero en el mapa del terror. Aunque solo fuera por respeto a las víctimas mortales que tampoco existen en el procés, pese a los esfuerzos por introducir a un francés fallecido por infarto. Y pese a lo olvidadizos que se muestran los canceladores de amnistías con respecto a los 46 policías nacionales que la Audiencia Provincial de Barcelona ha procesado por los excesos cometidos en la jornada del referéndum.

A dos décadas de los etarras, la segunda venida de Gurb convencería al extraterrestre de que el terrorismo se halla en plena efervescencia. Se trata en realidad de una fabricación a posteriori, como ya ocurriera con la fértil invención de que la Generalitat ejecutó un golpe de Estado. Cuando se produce un acontecimiento, se exageran sus dimensiones para maximizar el impacto. Con el tiempo, y como su propio nombre indica, se atempera la dimensión del shock inicial. En el procés ha ocurrido lo contrario, ni las mentes más calenturientas se atrevieron a hablar de terrorismo tanto en el referéndum de 2017 como en la reacción a la sentencia de 2019. Solo la obsesión por eliminar a Pedro Sánchez justifica la activación de esta palanca.

Quienes se niegan siquiera a plantear el absurdo de las acusaciones de terrorismo, para no contribuir a su difusión, deben recordar que el golpismo fue enjuiciado en el Supremo sin demasiado éxito. El Tribunal lo redujo a una «ensoñación» sediciosa, pese a que sirvió de excusa para que el procesamiento no fuera dirimido en el Superior de Cataluña. Los panterroristas insisten contra la sentencia en que hubo un golpe, y los independentistas no lo niegan, porque la hipérbole de lo ocurrido favorece la grandilocuencia de ambos bandos. Ya que el terrorismo infiltra la actualidad, tanto a ETA como al instructor Baltasar Garzón les favorecía estratégicamente afirmar que un comando había tenido en la mira de su rifle a Juan Carlos I, un pronunciamiento dudoso.

Al margen de haber machacado la línea argumental del PP, el trabalenguas de Núñez Feijóo sobre el indulto a los independentistas demuestra que no ofrece crédito alguno a las vinculaciones terroristas del procés. La violación de la legalidad, abrazada de nuevo por los sectores enfrentados, se concentró en movilizaciones espectaculares y sin incidentes. La violencia se centró ante el Supremo en las famosas «miradas de odio», muy por debajo de las vigentes en las manifestaciones de taxistas que se desarrollaron simultáneamente. Por no hablar de las concentraciones en Ferraz. Un desahuciado por la fuerza, como su propio nombre indica, ha sufrido mayor coacción que los catalanes reacios al independentismo.

En lugar de satanizar y condenar a los líderes catalanes, el Supremo prefirió satirizarlos y condenarlos. Con el objetivo evidente de castigar a Sánchez, se recrudece ahora la consideración exaltada de un procés que sus protagonistas quieren olvidar lo antes posible. Si la amnistía sigue encallada, los independentistas llegarán a la conclusión de que sus expectativas de una resolución pronta y favorable aumentan con el PP en La Moncloa.

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