En aquel tiempo

Entre la Ética y la Moral

Se hace muy difícil poner las bases éticas y morales que repercutirán en los posicionamientos políticos, ciudadanos y hasta religiosos de nuestros hombres y mujeres en edad de formación

Norberto Alcover

Norberto Alcover

Toda vez que dimos rienda suelta al Relativismo como modo de enfrentar la realidad y hasta organizarla, resulta que todo es posible, tanto en la vida individual como colectiva. Todo depende del «territorio personal» que cada quien tenga a su cargo: la «ética decidida» en cada instante determinará su conducta moral y, en consecuencia, sus relaciones morales con los demás. Pero la madre del cordero es siempre ética, es decir, ese «programa de principios» al que nos remitimos llegado el momento de nuestras actuaciones morales. A no ser que identifiquemos ambas cosas y, en definitiva, hablemos solamente bien de ética bien de moral.

Pero incluso en este caso, cada vez más frecuente, siempre se produce un «momento reflexivo» y otro «momento activo»... o debiera producirse. Lo escribo porque la invasión tecnológica nos está conduciendo, sin poderlo remediar, a una «actuación impremeditada», es decir, al culto entronizado de lo instantáneo, lábil, inmediatamente olvidado. Es muy difícil contar en la actualidad con «una mochila ética y moral», casi imposible. Y cuanto nos sucede, en tantas ocasiones, depende de esta situación, que acaba por afectar a la mismísima democracia. Lo estamos viendo. Aunque muchas veces miremos a otro lado.

Se habrán dado cuenta de que a lo largo de cualquier problema que nos afecta como ciudadanos de un determinado país, jamás se pronuncia la palabra Ética y mucho menos la palabra Moral. La Ética, según decíamos al comienzo, se decide en cada instante según las pulsiones que nos afecten en cada momento: algo en concreto puede parecernos positivo o negativo según las circunstancias, sin que aparezca «sustrato fundamental» al que referirnos en general. De ahí a la tremenda confusión entre «Ejecutivo» y «Judicial» que nos abruma, y que encuentra verificación llamativa en esa futura ley a todas luces impropia sobre amnistiar a delincuentes comprobados por razones estrictamente momentáneas, como es el poder y sus posibilidades. En todo este abrumador proceso, que nos trae nada menos que comisiones europeas para que opinen sobre la viabilidad de esa posible legislación, en tal proceso en momento alguno han aparecido reflexiones necesarias sobre su naturaleza ética y sus consecuencias morales. Todo es fruto de una necesidad política que arrastra todo lo demás.

Esta situación encuentra un perfecto caldo de cultivo en la Educación, con mayúscula. Ética y Moral exigen capacidad de estudio, de reflexión y de conocimientos objetivos, durante la formación de las conciencias, es decir, en los años anteriores a una formación universitaria o una formación profesional o, sencillamente, los años de aprendizaje previos al comienzo de implementar una tarea social. Pero las estadísticas más creíbles nos dicen que no lo estamos haciendo bien, y que nuestros jóvenes adolecen, entre otras limitaciones más concretas, de falta de esfuerzo, de concentración y de conocimientos, en beneficio de prácticas entretenidas para evitar su cansancio y su alergia al trabajo intelectual propiamente dicho. De esta manera se hace muy difícil poner las bases éticas y morales que repercutirán en los posicionamientos políticos, ciudadanos y hasta religiosos de nuestros hombres y mujeres en edad de formación. Quedarán expuestos a las emocionalidades de cada instante, dominadas por esa referencia absolutamente peligrosa del «me gusta o no me gusta». Hay excepciones, por supuesto, pero tales excepciones dependen, casi siempre, del grupo familiar al que pertenezcan. La formación fundamental como personas nunca depende de un centro de enseñanza porque depende del círculo familiar, en el que se fijan prototipos primeros y casi definitivos.

Es, pues, el momento de reivindicar los instrumentos teóricos y prácticos para fundamentar una Ética de Principios y una Moral de Actitudes con suficiente peso para sostener nuestra vida, tan baqueteada ella. Si nos empecinamos en permanecer como hasta ahora, con una referencia específica a nuestros dirigentes políticos, académicos, económicos, asalariados y hasta religiosos, si decimos que no hay solución, entonces, las arbitrariedades éticas y morales permanecerán, y acabaremos por preferir la mera seguridad a cualquier otra posibilidad ciudadana. Lo que significará un aumento de la estatalización en detrimento de nuestra libertad. No es poca cosa.

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