El desguace de Vox llega por Balears

La avidez de cargos de un reducto caciquil en una comunidad uniprovincial permite comprobar el caos en que está sumido el principal socio estatal de Núñez Feijóo

La portavoz de Vox en el Parlament, Idoia Ribas. | B.RAMON

La portavoz de Vox en el Parlament, Idoia Ribas. | B.RAMON

Matías Vallés

Matías Vallés

La parodia de la guerra de Troya interpretada por Vox se montó porque a Idoia Ribas le asalta el capricho de ser presidenta del Parlament balear. No abundan los niños españoles que anuncian a sus profesores que «de mayor quiero presidir una cámara autonómica», pero la abogada de brillantez perfectamente limitada ha olfateado que puede tratarse de su última oportunidad. La diputada de la ultraderecha moderada contempla las deprimentes encuestas sobre el futuro de su partido, que hasta ella puede entender. Ahora o nunca.

El problema nada desdeñable para Idoia Ribas es que el Parlament balear ya cuenta con un presidente desde el pasado 20 de junio, que también pertenece a Vox y que fue votado por la ambiciosa tránsfuga. La segunda autoridad de Balears se llama Gabriel Le Senne, un doblemente licenciado por Comillas que ronda el pintoresquismo con su etiqueta de liberal libertario entusiasmado con Milei, desde su perfil de Francis Franco sin sobrepeso. El pequeño inconveniente de que su anhelada jerarquía ya está ocupada no detendrá a la Lady Macbeth provinciana, que conspirará en un grupo parlamentario de siete diputados hasta engañar a cinco de ellos para que propongan la expulsión de Le Senne por mayoría absoluta. En contra del reglamento de la cámara. En contra de su partido, porque Vox ya no asusta a nadie.

No hay más, ni corrupción, ni razones ideológicas de peso, ni grandes conspiraciones palaciegas. Simplemente, la avidez de cargos de un reducto caciquil en una comunidad uniprovincial, que permite comprobar el caos en que está sumido el principal socio estatal de Núñez Feijóo. El desvencijado Santiago Abascal ya no asusta ni a su propio partido, y el quinteto de conjurados se creían a la distancia suficiente de Madrid para que su maniobra ruin no produjera oleaje.

Conviene recordar que el único vínculo del quinteto era coronar a Idoia Ribas. La mayoría de los tránsfugas ni siquiera poseían la habilidad o el discernimiento suficientes para advertir que estaban siendo utilizados, y que sus flautistas de Hamelín les ocultaban las consecuencias de su rebelión. Este pelotón de aprendices de Pancho Villa compareció el lunes para anunciar que ejecutaban a Le Senne sin contemplaciones. En su primitivismo, se olvidaron de aliñar la arbitrariedad con algún raciocinio, ordeno y mando.

Sobre la marcha improvisaron que la carnicería mejoraría el funcionamiento del grupo, exigiendo tal vez un castigo excesivo para tan liviano crimen. En concreto, la compaña apelaba a esotéricas «circunstancias internas de este grupo para conseguir la mejor organización posible». La argumentación era tan irrisoria que el martes ampliaron la relación de delitos horrorosos a que «Le Senne no ha acudido a la mayoría de reuniones del grupo». Pecados capitales, sin duda, en la isla que ha encarcelado a más políticos corruptos por kilómetro cuadrado de toda España.

El chapucero quinteto demostraba con su artefacto explosivo montado en un garaje que el desguace de Vox empieza por Balears, llega de Oriente. El partido descuartizado no podía permitirse un alzamiento en provincias, así que Ignacio Garriga reaccionaba el mismo lunes etiquetando de «sujetos» a los tránsfugas, y anunciaba su inevitable expulsión. El coraje no es el ingrediente sobresaliente de los amotinados, que emprendieron la larga marcha atrás para que se perdonara su osadía sin obligarles a abandonar el cobijo que les garantiza la solvencia económica hasta 2027.

Nadie debería preocuparse por no haber entendido la cronología anterior, porque también Vox está extraviado en su laberinto, a falta de decidir si un partido neofranquista puede reclamar el status de víctima. El asalto al Parlament de Balears desde la cúpula ahonda en la tradición ultraderechista de invadir el Capitolio estadounidense o el Congreso Nacional brasileño, salvo que en este caso desde dentro. Es el esfuerzo más concreto de las tropas de Abascal para desmantelar el Estado de las autonomías, que desprecian abiertamente.

El archipiélago adyacente está regido por un «Acuerdo de PP y Vox para el Gobierno de las Islas Baleares». Pese a la cogobernanza, los populares se han abstraído ante una maniobra que frivoliza con la identidad de la segunda autoridad de la comunidad, reducida a un pelele que se destituye por un capricho minoritario. Si Balears necesitara una redención, entre sus aportaciones pioneras a la política reciente figuran el primer Govern tripartito de izquierdas previo a la Generalitat de Pasqual Maragall, el primer voto paritario real con listas cremallera, el primer diputado autonómico ecologista y la primera consejera verde. Ahora sobresale por el otro extremo.

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