TRIBUNA

La isla de las parodias

Entre los motivos del enganche, según opiniones de los expertos en televisión, están algunos como el morbo, la empatía por sus concursantes y la generación de un debate aparte

Sandra Barneda, presentadora de ‘La isla de las tentaciones’.

Sandra Barneda, presentadora de ‘La isla de las tentaciones’.

J. Teresa de Ruz Massanet

J. Teresa de Ruz Massanet

Sí, yo confieso: también la he visto. En casa hay jóvenes, por lo que el formato se nos ha colado descaradamente. Con una audiencia líder en sus primeras emisiones, el reality de La isla de las tentaciones sigue atrapando a muchos televidentes. Entre los motivos del enganche, según opiniones de los expertos en televisión, están algunos como el morbo, la empatía por sus concursantes y la generación de un debate aparte. Pero lo más perverso de todo y donde radica el éxito del programa es en situar al espectador por encima del personaje televisivo. Lo explicó muy bien hace ya un tiempo Diana Aller, articulista, experta en TV y guionista de otros formatos televisivos a El País. «El programa hace una parodia de las relaciones heteronormativas de pareja. Automáticamente, los espectadores nos situamos desde una mirada superior y nos reímos de todo eso, que en el fondo es un reflejo de nosotros mismos», dijo.

No podría estar mejor explicado. Lo peligroso es que esa imitación burlesca de lo que es una pareja heteronormativa se hace a través de ejemplos de parejas que sí son reales (o al menos eso nos hacen creer), y a su vez estas mismas están construidas sobre relaciones normalizadas y cimentadas en los celos, la posesión, los numeritos, la infidelidad o deslealtad a la primera de cambio. Supongo que también la inmadurez de los participantes, parejas y tentadores, ayuda en la representación.

El resultado es un producto pornificado y donde se cosifican todos los cuerpos, principalmente los de las mujeres. Desde que comienza hasta que finaliza es un atracón de tangas, nalgas, pechos y bocas imposibles, pestañas postizas como escobas, melenas kilométricas y muchos pectorales. Sus cuerpos ultra depilados y abigarrados en una habitación o piscina se evaporan de alguna manera traspasando la pantalla, hasta llegar a nuestro sistema olfativo. Huele a hormona desde el sofá.

Algunos de nuestros jóvenes (y no tan jóvenes, también) normalizan así ese tipo de relaciones tóxicas e hipersexualizadas, y el culto salvajemente hortera al cuerpo. Todo ello regado con los gemidos y «alaridos» sinfónicos de la gran Mónica Naranjo de fondo y una especie de diosa griega y jueza imparcial, que presenta el programa, llamada Sandra Barneda.

Finalmente, hay otra afirmación de la declaración de Diana Aller, que también tiene su miga cuando dice que, para argumentar el enganche, todos somos un poco ellos. Y es que hay que admitir que en algún momento, aunque fuera en tiempos remotos, estuvimos desbocados, o los calentones fueron sublimes o, quizás, montáramos algún melodrama sentimental ante cualquier gesto. También fuimos víctimas y verdugos en el amor, eso casi seguro. Todo esto nos hace ver a la troupe con ojos expectantes, una medio sonrisa burlona y siempre con el deseo de que algo gordo ocurra en la isla y así abrir más los ojos, para quedarnos muertos de la risa ante la desgracia del alce mayor o estupefactos ante la frialdad o indiferencia del o de la infiel. Y por cierto, hay un tentador mallorquín pasando hasta el momento algo desapercibido, a ver si espabilamos.