Habrá que cambiar de opinión sobre Trump

El expresidente y futuro presidente miente para ser descubierto, explota en su beneficio situaciones que no ha creado, el propio Biden lo necesita fuerte, aunque no demasiado fuerte

Donald Trump.

Donald Trump.

Matías Vallés

Matías Vallés

Cazar monstruos es una causa justa, siempre que dispongas del armamento adecuado. De lo contrario, más vale adaptarse a Trump, cambiar discretamente de opinión sobre el expresidente y futuro presidente de Estados Unidos. El Washington Post de Jeff Bezos, desangrado en una cruzada contra el agente naranja, ya ha avisado de que una segunda victoria obligaría a replantearse el odio visceral bajo la dirección del legendario Martin Baron. La CNN tuvo que despedir a un director ejecutivo a estrenar, tras haberse dejado la audiencia en el antitrumpismo militante. Hasta el New York Times, el bastión contra el magnate, titulaba esta semana un dulce «La consistente fortaleza de Trump se debe a los vínculos con sus votantes». James Bennett, descabezado de la jefatura de opinión del rotativo neoyorquino por la intolerable publicación de un artículo trumpista, ha desvelado que los redactores que acudían a los mitines de 2016 percibían algo adicional en los seguidores del mesías golfista, más allá de la simplificadora acusación de ultraderechistas. No les dejaron transmitir esta impresión a los lectores. De ahí los lodos actuales.

Habrá que cambiar de opinión sobre Trump, porque se permite hasta mentir con la intención declarada de ser descubierto. Por ejemplo, al anunciar que levantará un muro antiinmigración entre Colorado y México, que no comparten frontera. El expresidente americano no es la raíz de los problemas, sino que explota en beneficio propio situaciones que no ha creado, y que sus rivales tampoco han abordado con fortuna. Así, cuando anuncia que va a «drenar el pantano» de Washington. Por supuesto que en cuatro años no avanzó un palmo en la limpieza del lodazal, pero su impotencia no niega la existencia de la suciedad acumulada en la capital. La extinción de los populistas no supondría en ningún caso la evaporación de los problemas que los llevaron al poder, en contra de lo que creen los benévolos.

El propio Joe Biden necesita a un Trump fuerte, para consolidarse entre el electorado Demócrata como único antídoto asequible. Pero al actual ocupante de la Casa Blanca no le conviene que su predecesor sea demasiado fuerte, porque la victoria abrumadora del expresidente en las primarias de Iowa sería hoy más contundente ante un adversario progresista que en sus propias filas Republicanas, hablando en términos de intensidad antes que de márgenes. Ahora mismo, Trump es el presidente de Estados Unidos en noviembre. La culta y coqueta New Hampshire del próximo martes queda lejos de la América de los maizales, pero ni un previsible retroceso ante Nikki Haley altera radicalmente las perspectivas del presunto desahuciado, con su fenomenal capacidad de arrastre.

En pocas ocasiones, los datos en bruto sustituyen a cualquier tentación de análisis o de opinión. Con media docena de estocadas penales a cuestas, y sin haber participado en un solo debate previo de candidatos Republicanos, Trump se impone en 98 de 99 distritos de Iowa, y pierde en uno solo por un voto. Acapara más de la mitad de los sufragios. Es decir, supera a la suma de los presuntos contendientes. Al lado del campeón, Ron DeSantis no parece malo, parece culpable. En cuanto a la apreciable Haley, conviene recordar que ya ejerció de embajadora trumpista ante las Naciones Unidas. Pese a sus ataques previos, no puede descartarse la elevación a vicepresidenta con visos moderadores y dinásticos, también Biden fue el principal enemigo interno de Obama. Ahora bien, el acceso a la candidatura Republicana de noviembre por parte de la antigua gobernadora de Carolina del Sur requiere un rapto de fe digno de un Demócrata.

Ajena a las evidencias de que en realidad está promocionando al tirano, la izquierda irredenta se resiste a cambiar de opinión sobre Trump. En una irrisoria maniobra de distracción, culpa a los Republicanos de no haber engendrado a un rival en condiciones para neutralizar al expresidente. Se suponía que la anulación del magnate satanizado correspondía a los Demócratas, que confirman con sus lloriqueos la escasa consistencia de Biden.

El regreso de Trump que obligará a cambiar de opinión se produce precisamente a consecuencia del entusiasmo progresista por acosarlo en su guarida, sin asegurarle el respeto mínimo a los estadistas jubilados que merecen incluso personajes de la calaña de George Bush, o antes Nixon. Ahí tienen al caído, resucitado y convertido en el político estadounidense más aclamado de la última década, por encima de Kennedy y Obama. Miente Trump al afirmar que no perdió en 2020, pero si gana en 2024 demostrará que tiene razón, tan próxima a la verdad.

Suscríbete para seguir leyendo