Limón & vinagre | Alberto Chicote: Solo o con Pedroche

Alberto Chicote y Cristina Pedroche en las pasadas campanadas en Antena 3.

Alberto Chicote y Cristina Pedroche en las pasadas campanadas en Antena 3. / DM

Matías Vallés

Matías Vallés

Nadie recuerda de qué iba vestido Chicote en Nochevieja, pero todo el mundo insiste en que lo crucial de Cristina Pedroche es el atuendo y no el cuerpo. Si Doña Quijota estaba patrocinada por Greenpeace, su Sanchote Panza hubiera pasado desapercibido aunque fuera disfrazado de hombre anuncio de McDonald’s. El país no ha cambiado tanto como presume. Reincide en el tópico de la vedette, por siempre Tania Doris, con el apósito de un señor poco agraciado para acentuar su esculturalidad.

Chicote funciona solo o con Pedroche. Las aportaciones culinarias del chef siempre quedarán por debajo de su labor de sabueso en Pesadilla en la cocina, el programa importado de Gordon Ramsay. Huroneando con la persistencia del detective Columbo en cocinas fraudulentas, se convirtió en el inquisidor de la gastrodictadura que habitamos, desde que el ministro francés Jack Lang decretó en los ochenta que los fogones y la moda equivalían a Picasso, ahí está el Bulli reconvertido en museo de bodegones. Comer es la única experiencia rutinaria que degrada a un restaurante de alta alcurnia.

Chicote ha sido el bombero que acude raudo a sofocar las parrillas devastadas. El estado de las cocinas españolas es tan deplorable que ni un inspector de Sanidad bregado se atrevería a poner los pies en ellas. Son enfermos inoperables, hasta que llega el campeón de los reproches, un paramilitar que se desenvuelve en estos rincones intransitables para la democracia como el cascarrabias Churchill inspeccionando a sus tropas. En nombre del espectáculo, no de la salud. Y sin aplicar la sabiduría del añorado Anthony Bourdain. En Confesiones de un chef, decreta que para conocer la higiene de un restaurante basta con visitar su cuarto de baño, y recordar que un retrete es mucho más fácil de limpiar que una cocina.

Chicote se ha dedicado también profesionalmente a adelgazar. Los cocineros son los seres humanos más obsesionados por su peso, y víctimas propiciatorias de las dietas yoyó, una contumacia que debería obligar a reflexionar a sus clientes. Tuve ocasión de planteárselo en directo al añorado Santi Santamaría:

-Su figura demuestra que come de lo que cocina.

-Y tanto. Soy un enfermo, un obeso, por unas malas prácticas. Soy el médico que fuma y sabe que sus pacientes no han de hacerlo. Mis familiares son gordos, por lo que en mi caso requiere un doble esfuerzo.

Claro, que la interacción con los comensales ha menguado, porque la actividad frenética de los chefs mediáticos como Chicote, con dos restaurantes propios a cuestas, apenas si debe dejarles tiempo para ponerse el delantal. Se parecen a los profesores de Ciencias de la Información, que predican lo que no saben hacer.

Sí, confieso que he tenido que repasar que el nombre de Chicote es Alberto, hasta tal punto su apellido funciona como una marca. En mi modesta opinión, su magnetismo reside en el rictus, parece disgustado hasta cuando sonríe, y se tiende a creer que las personas enfadadas tienen razón. Para qué iban a tomarse la molestia, en otro caso. Con una cartelera donde A fuego lento vuelve a demostrar que la haute cuisine es un arte galo, y el resto se llama apropiación cultural, Chicote comparte con sus colegas franceses la evidencia de que no existe relación alguna entre un chef y los platos que produce.

Gracias sean dadas a Chicote por no degradar sus productos al nivel estrafalario de Masterchef, en un país donde los programas de cocina son la única alternativa al fútbol omnipotente, por lo que inventó incluso un Sálvame de degustación. La impregnación culinaria es tan avasalladora que Pedroche no es la reina de las campanadas por su elegancia, y mucho menos por su cuerpo. Se le concede la preeminencia de clausurar el año por su vínculo conyugal con un cocinero, y solo si está vigilada por otro chef.

Ha quedado claro que Chicote me asusta. Lo imagino profanando mi intimidad, revolviendo armarios, desvelando enchufes con riesgo de cortocircuito y atunes caducados, exponiendo los errores de una existencia vulgar a una audiencia ávida. Su éxito reside en que los puntos oscuros de un tres estrellas Michelin son tan sugerentes como la grasa en los intersticios de un merendero. Y no lo olviden, sus censuras se dirigen antes a los consumidores que a los productores, véase el programa ¿Te lo vas a comer? Porque el objetivo del bueno de Chicote, y de todos los restauradores como demuestra Ralph Fiennes en El menú, no es abroncar a los colegas sino a los clientes.

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