LAS CUENTAS DE LA VIDA

No hay ni izquierdas ni derechas

La aritmética del poder impone soluciones populistas

El neoliberalismo constituye un experimento que se practica en Argentina con Milei y que veremos cuánto tiempo dura.

El neoliberalismo constituye un experimento que se practica en Argentina con Milei y que veremos cuánto tiempo dura. / EFE

Daniel Capó

Daniel Capó

En España, hace tiempo que la izquierda dejó de ser de izquierdas para ser algo distinto. Se objetará entonces que la izquierda española no puede considerarse de derechas y tampoco se faltará a la verdad; del mismo modo que no podrá sostener que, a día de hoy, el PP sea un partido plenamente conservador o de derechas, aunque sí un poco más que el PSOE. Ambas formaciones actúan como maquinarias de poder antes que como impulsoras del progreso y, por tanto, sus decisiones van encaminadas a contar con votantes cautivos, estén o no ideologizados. Si el PP fuera un partido de derechas, haría del crecimiento económico el eje central de sus políticas, simplificando la burocracia y potenciando una fiscalidad menor, unos mercados liberalizados y una alta inversión en infraestructuras. La realidad es que casi siempre sucede lo contrario. Por otro lado, si el PSOE fuera hoy un partido de izquierdas, dejaría de privilegiar a los vecindarios ricos con sus políticas de gentrificación y se interesaría realmente por los desequilibrios sociales. Pero también sucede lo contrario. La preocupación por las clases desfavorecidas dejó de ser una prioridad para la izquierda española —incluyendo a los herederos del comunismo y a los nacionalismos de izquierdas—, del mismo modo que, para la derecha, la atención hacia el pequeño y mediano empresario ya no figura de forma prioritaria en su agenda. No planteo una equidistancia, sino que constato algo evidente. El conservadurismo en política hace tiempo que dejó oír su canto del cisne. El neoliberalismo constituye un experimento que se practica en Argentina con Milei y que veremos cuánto tiempo dura. La socialdemocracia clásica también se fue aburguesando bajo el disfraz de las identidades rígidas y del pánico medioambiental. Hablo de Occidente, claro está, porque en Asia se siguen senderos distintos, más cercanos a la tecnopolítica y más alejados de la democracia. En el Tercer Mundo, la tentación china continuará creciendo. Se diría que ya se está imponiendo en toda el África subsahariana y en buena parte de Hispanoamérica. También la Rusia de Putin ha caído bajo su influencia.

Pero hablamos de Europa y más en concreto de España, donde las ideologías que pretendían analizar la realidad y responder a sus problemas se han desviado hacia la demagogia, primero, y hacia los tics populistas, después. Las víctimas somos nosotros: una sociedad en quiebra y a la vez desnortada. Esto nos convierte en pasto fácil del rencor y de un malestar tanto más comprensible cuanto que representa el eclipse de la esperanza en términos de oportunidades laborales, de cuidado social y de redes de seguridad frente al futuro. Un partido de tinte conservador sabría que la intervención del Estado es enemiga del crecimiento. Un partido socialdemócrata sabría situar las políticas de clase (la vivienda, la educación, la sanidad) en el centro de su concepción de la justicia. Y no es así. Lo que tenemos ahora es un PP que no se atreve a plantear grandes liberalizaciones ni a reducir el tamaño del Estado, y un PSOE embarcado en retóricas divisorias que dan la espalda a los trabajadores.

Nada va a cambiar en los próximos años, porque la aritmética sociológica del poder apunta en dirección a las retóricas del populismo antes que a las de la responsabilidad. Y nada, ni siquiera las sugerencias de Bruselas, auguran lo contrario.

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