En aquel tiempo

Los gozos y las sombras

Norberto Alcover

Norberto Alcover

Por casualidad, releo, en parte, momentos de la trilogía de Gonzalo Torrente Ballester, publicada entre 1957 y 1962. Y me deslumbra su capacidad narrativa, precisamente para observar y contar la decadencia de una sociedad y el advenimiento de otra, en un perdido pueblo gallego pocos años antes de nuestra guerra incivil. En algunos momentos, alcanza una punzante biografía de los líderes antagónicos, y en otros, su confrontación con final inesperado. Unos llegan y otros marchan. Tal lectura me conduce a pensar en nuestra situación cuando un año recién ha marchado y otro acaba de estrenarse. Llenos ambos de gozos y de sombras tan llamativas como interrogantes sobre la condición humana nacional e internacional.

Tres razones gozosas quedan prendidas en la memoria del año sobrepasado. De una parte, el excelente mensaje real, todavía reciente, acogido por unos y golpeado por otros, con extraños matices. Pienso que el Rey acogió el ambiente sociopolítico imperante, sobrevoló situaciones partidistas y resumió sus palabras en una defensa incuestionable de nuestra Constitución. Si el Rey no lo hubiese hecho, pareciera que el año ponía en tela de juicio nuestro sistema de unidad en la pluralidad sin matices necesarios. Y las palabras reales sirvieron para detectar posicionamientos no sólo sobre este reinado porque también sobre la monarquía en cuanto tal. Quedó claro que el Rey, precisamente en estos momentos, definidos por la palabra «polarización», que lleva a esta otra de «cancelación», el Rey quiso dejar claro que la monarquía se sustenta en la neutralidad política y en la insistencia en España como «pueblo unido», más allá de pugnas territoriales, por otra parte puede que necesarias. A muchos disgustaron tales palabras precisamente por lo que quisieron comunicar. El Rey estuvo en plan de Rey. Otra cosa es cómo se enfrenta cada uno al régimen más adecuado para el futuro de España. No es lo mismo.

El segundo motivo de gozo es la declaración del Dicasterio para la Fe sobre la posibilidad de que los sacerdotes y diáconos bendigan las uniones de divorciados y vueltos a casar, además de parejas homosexuales, con sentido de privacidad, de oportunidad y sin confundir estas acciones con el sacramento del matrimonio. Para unos, se trata de romper una doctrina tradicional, mientras para otros, entre los que me cuento, una extensión de la misericordia de nuestro Dios a estas personas que nunca han dejado de ser «hijos de tal Dios». No se trata de absoluciones ni, repetimos, de acciones sacramentales, porque se trata, nada menos, de aplicar lo que ha sido el núcleo de este pontificado: abrir puertas y ventanas eclesiales, cargando con las críticas correspondientes… como ya le sucediera a Jesucristo. nada nuevo bajo el sol eclesial, y en todo caso, un gesto positivo de una Iglesia para todos y todas sin abreviar la paternidad de Dios. Por otra parte, se posibilita legalmente lo que, en muchos casos, ya era práctica frecuente. Una vez más, uno piensa que «allá cada uno con su conciencia», sin permitirse ser más papista que el papa.

La tercera razón de un gozo intenso es el apoyo socioeconómico desarrollado por el gabinete español, en beneficio de los más desfavorecidos y vulnerables. Es evidente que todas las medidas gubernamentales y autonómicas que se enmarquen en una mejor distribución de la riqueza, son bienvenidas. Y también aquí, otra cosa es que deban realizarse sin perjuicio del tejido empresarial, en la medida en que este es fundamental para el bien común de los ciudadanos. Pero llegados a este momento de la reciente crisis, tras la pandemia, sobre todo, hay que insistir en la urgencia de que todos colaboremos a un equitativo reparto de la riqueza. Lo que no significa demonizar por sistema al empresariado y convertirlo en excusa para determinados errores desde la cúspide.

Y las sombras también forman una triada preocupante. Los más de veinte mil muertos palestinos, para nada encuentran justificación en el bastardo atentado de Hamás. Pasaremos

a la memoria colectiva como una sociedad incapaz de aplicar medidas internacionales cuando los derechos humanos están en juego. Nos hemos vuelto expertos en declaraciones pero huimos de los compromisos concretos. O somos capaces de interrumpir esta masacre inhumana o somos un tanto inútiles a la hora de tomar decisiones costosas pero urgentes. Sin que valga excusarse en “necesidades de política exterior” porque la vida humana está absolutamente por encima de conveniencias coyunturales.

La segunda razón de sombras dominantes es el olvido de cuanto sucede en Ucrania: nos estamos cansando de colaborar en la defensa de un país libre y, de forma inevitable, colaborar en las tesis de un dictador como Putin. El mayor problema es la inminencia de elecciones de todo tipo en los próximos meses, y la necesidad de satisfacer a los grupos más antibélicos pero también a esos otros belicistas. Claro está que, como trasfondo, aparece el «negocio de las armas», en tantas ocasiones desde países que claman por la paz. El dinero puro y duro.

Y el tercer motivo que sombrea nuestro panorama es la imposibilidad de construir entre todos una nación con intenciones comunitarias, para insistir en una lucha casi fratricida entre los grupos parlamentarios, llegando a la exclusión verbal del adversario. Se gobierna para todos, y este muro que se pretende elevar entre unos y otros es de tal índole que solamente merece una desaprobación categórica. Pero lo hemos escrito varias veces ya: lo que está en juego es un determinado “modelo de sociedad”, según ideologías excluyentes. Las coaliciones, tan respetables legalmente, ayudan a todo esto. Lástima.

Decíamos al comienzo, recogiendo la obra de Torrente Ballester, que se trata de un cambio de sociedad, sobre todo por razones tecnológicas que van más allá del poder político. Y por lo visto, la irrupción de la IA se ha convertido en la punta de lanza de este proceso. Pueden tomarse medidas sociopolíticas de cualquier tipo, pero si no somos capaces de integrar el desarrollo tecnológico en una visión social del futuro, es evidente que caminamos hacia sombras muy negras. Los árboles inmediatos no debieran ocultarnos el bosque en que vivimos.

En fin, gozos y sombras conviven en un ambiente general tenso y cada vez más diluido ideológicamente. Sería bueno que nuestros gobernantes se explicaran mejor, sin dirigirse en una especie de dictadores vía democrática, que acaba por llamar a las puertas de represiones fundamentalistas en todos los órdenes. Y encarar nuestras tres asignaturas pendientes: el feminismo democrático, el calentamiento global y la desigualdad, fuente de los mayores males. Ojalá, todos colaboremos en esta tarea que nos apremia. Tenemos un año por delante.

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