LAS CUENTAS DE LA VIDA

Casi un cuarto de siglo

Sólo los fanáticos repiten una y otra vez sus obsesiones cargadas de odio

Ilustración: Casi un cuarto de siglo

Ilustración: Casi un cuarto de siglo / Ingimage.com

Daniel Capó

Daniel Capó

Empecé a colaborar en este periódico a principios del mes de noviembre del 2000, hace ya veintitrés años. Aznar acababa de ganar las elecciones generales con una mayoría absoluta que se calificó de histórica en aquel momento. ¿Viraba acaso el país hacia la derecha tras una larga hegemonía socialdemócrata? Eso parecía o, al menos, ese era el discurso que imperaba entonces no sólo en España, sino en el conjunto del mundo occidental. El laborista Tony Blair había transformado la izquierda británica en una especie de derivación del thatcherismo, Schröder en Alemania también impulsaba un duro ajuste que miraba hacia la ortodoxia neoliberal. Si algo enseña la experiencia es a no dejarse llevar por las modas, a practicar un sano distanciamiento; especialmente sobre uno mismo y sobre los prejuicios que uno tiene, pero también sobre las calenturas ideológicas que, de vez en cuando, padece la sociedad. Se percibía entonces un pulso capitalista que nacía de un entusiasmo no ajeno a la historia: el comunismo –uno de los grandes rostros de la injusticia en el siglo XX– había sido derrotado y su maldad, descubierta. Inaugurábamos así una nueva centuria bajo el signo palpable de la victoria de la democracia sobre los totalitarismos: unas décadas antes, sobre el fascismo y, en aquel momento, sobre el sistema soviético. Una nueva moneda –el euro– asentaba el sueño de una paz continental que ya había augurado Kant. Los demiurgos monetarios profetizaban un futuro sin grandes ciclos adversos, con la economía impulsada por un leve oleaje casi siempre favorable. Los primeros gigantes de Internet brillaban en los mercados, batiendo récords bursátiles. Se antojaba incluso posible una hermandad planetaria bajo el hermoso nombre de la democracia. Por supuesto, nos equivocábamos. La ingenuidad conjuga siempre con el optimismo: esta es una de las dolorosas enseñanzas que nos concede la vida. Sólo los fanáticos no la aprenden y repiten en público sus peroratas cargadas de odio y amargura. Basta con pasearse por cualquier red social para descubrir que suman legión.

Ilustración: Casi un cuarto de siglo

Ilustración: Casi un cuarto de siglo / Ingimage.com

Veintitrés años después de aquella primera columna, se hace imposible no haber cambiado. Es saludable haberlo hecho; conviene seguir evolucionando. En una de las narraciones más sorprendentes del Génesis, el elegido como heredero de Isaac es Jacob y no Esaú, el primogénito, precisamente porque este último –su nombre así lo indica– nació peludo, es decir, terminado, adulto, sin necesidad de transformación ni de crecimiento. Es Jacob el que cambia, crece y madura; y es él quien será elegido, dándonos así a entender que no debemos permanecer prisioneros de nosotros mismos, ni de nuestra época, ni de una identidad cerrada; ni siquiera de lo que llamamos verdad rindiéndole culto. Nuestra esperanza tiene que ser otra.

Poco queda de aquellos años en el debate público de hoy, aunque seamos hijos directos de aquel tiempo. Del mismo modo, me pregunto cómo resonarán nuestras discusiones políticas dentro de otro cuarto de siglo. ¿Contemplaremos nuestra época con la misma piedad que tenemos hoy con el ayer? ¿Nos sorprenderá –de nuevo– la ingenuidad del hombre ante el cruel teatro de vanidades que es el poder? No lo sé. Ojalá podamos ver nuestro rostro reflejado en un espejo y saber que nos equivocamos pero no cedimos a la tiranía ni a sus miedos, sino que tuvimos el valor suficiente para dejar un testimonio imperfecto, aunque honesto de lo que vivimos.

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