Dudas sobre la ampliación de Europa

Antonio Papell

Antonio Papell

Las próximas elecciones europeas de junio marcan ya la agenda comunitaria, por lo que cabe esperar que el inevitable electoralismo de los actores postergue lamentablemente decisiones urgentes que estén relacionadas con la sostenibilidad de la UE y, en definitiva, con el funcionamiento de los 27 países miembros, que serán muchos más dentro de poco.

Bruselas tiene pendiente de establecer las normas fiscales que han de regular los presupuestos de los estados, y de las que dependerá la sostenibilidad de la Unión Monetaria europea después de que, con el comienzo de la pandemia, en 2020, se enviase a mejor vida el Pacto de Estabilidad y Crecimiento que marcaba límites estrictos al comportamiento macro de los estados miembros.

Se había dicho que este asunto se abordaría al final de la presidencia española de la Unión Europea, pero en la última cumbre del semestre actual, celebrada los pasados días 14 y 15, se postergó una vez más el problema, que empieza a ser urgente, para centrar toda la atención en una decisión política de gran calado: la ampliación de la Unión Europea para integrar a Ucrania y a Moldavia, cuando Ucrania está todavía en guerra con Rusia y en Moldavia las autoridades no controlan plenamente su territorio por las presiones rusas que trata de repeler. El alcance de semejante medida, que el disidente húngaro Orban ha tolerado aunque sin llegar a admitir el otorgamiento de nuevos fondos a Kiev, es extraordinario, ya que la UE ha optado por avanzar hacia los 36 miembros, incluidos los Balcanes y Georgia. La guerra desencadenada por Putin ha merecido esta respuesta valiente, que prueba una determinación que los europeístas tenemos que aplaudir.

La cancelación en principio temporal del Pacto de Estabilidad en 2020 fue compensada con el Plan de Reconstrucción, Transformación y Resiliencia y con una inyección sin precedentes de recursos, los 750.000 millones de euros de los fondos Next Generation EU, un instrumento de endeudamiento y financiación «federal» que fue calificado de «hamiltoniano». Como es sabido, Alexander Hamilton consolidó las deudas de todos los estados miembros de la unión bajo el gobierno federal en 1790, lo que supuso el salto cualitativo desde una confederación a un verdadero Estado federal. Sin embargo, la solución implementada por Bruselas era por su propia naturaleza extraordinaria y transitoria, por lo que es urgente la promulgación de nuevas reglas fiscales que fortalezcan la Unión Monetaria. Brigitte Granville, profesora de la Universidad Queen Mary de Londres, ha escrito qué «no llegar a un acuerdo sobre nueva regla sería más significativo de lo que parece. Sin avances para corregir el defecto fundamental de la Eurozona —la ausencia de una unión fiscal— la UE seguirá tambaleándose y luchando, como un barco con un agujero debajo de la línea de flotación». El artículo de Joseph S. Nye Jr., profesor en Harvard, del que se toman estas ideas se titula significativamente «La cuestión olvidada que definirá el futuro de Europa».

En 2004, tuvo lugar el Bing Bang europeo que integró a Polonia Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Chipre y Malta, una arriesgada aventura que ha dado buenos resultados a largo plazo, si se exceptúa la inextricable deriva húngara de la mano de Viktor Orban. Pero las consecuencias de aquella medida no han sido todo lo beneficiosas que cabía esperar para los antiguos países miembros de la UE: España, por ejemplo, y otros países desarrollados, han retrocedido en el ranking de PIB per cápita de kois países de la UE para dejar paso a sus nuevos competidores orientales. Con todo, es de prever que la culminación de la Unión Europea y la generalización de los criterios de Copenhague que marcan los límites democráticos inferiores que debe superar en el momento del ingreso todo futuro miembro de la UE nos conducirán a un escenario de una indiscutible envergadura, que, en alianza con los Estados Unidos, marcará la pauta de la globalización.

Con todo, este futuro esperanzado solo será realidad si trabajamos realmente hacia la federalización de la UE. Sin ella, estaremos derrochando inútilmente energías y renunciando a proyectos que solo tienen sentido si los aborda el conjunto comunitario.

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