PENSAMIENTOS

Huéspedes de manos largas

Hotel de lujo.

Hotel de lujo. / DM

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Este artículo se iba a titular «los ricos también roban». No me he atrevido, no vaya a ser que me tomen por un antisistema de salón. La cosa va de una reciente información, firmada por mi perspicaz (y eficaz) compañera Elena Vallés, sobre los robos que los clientes hacen en los hoteles de lujo de Europa.

La guía alemana «Wellness Heaven» ha hecho una encuesta a casi 1.400 establecimientos de alta gama sobre la cleptomanía de su clientela. En principio uno piensa que las personas de alto poder adquisitivo (que pueden costear estancias de miles de euros por una noche) no van a rebajarse a «pillar» algo de su habitación. Nada más lejos de la realidad.

Casi 8 de cada diez encuestados confiesan haberse llevado a casa alguna toalla. El 66 por ciento reconoce haber afanado un albornoz.

En un cinco estrellas mallorquín han acabado con esta peculiar costumbre: los mullidos albornoces son muy grandes: no les caben a los visitantes en sus maletas.

También resulta hortera tener en tu hogar ropa de baño con el anagrama de una cadena, aunque sea casi invisible. Igual me equivoco y es un signo de distinción. No lo creo.

Cualquiera que vaya a una playa en la isla siempre encontrará turistas que van al mar con las toallas de la ducha. No sabemos si se las llevarán luego de souvenir. Parece que sí.

En las suites de alto nivel todo está diseñado al milímetro. Los alojados saben perfectamente lo que son objetos o productos de cortesía, lo que es de cargo y lo que ni se compra, ni se vende, ni se regala.

¿Quién no se ha llevado de un viaje un montón de frasquitos con gel, champú, crema? ¿Quién no ha sisado cepillos de dientes de un solo uso, gorros de baño, bolígrafos, kits de costura, de limpieza de zapatos o de afeitado? Esto no es robar, más bien es una costumbre idiota porque toda esa quincalla se nos acumula en los armarios. Nunca la usamos.

La cosa pasa a mayores cuando personas de renta elevada arramblan con las pilas del mando a distancia; el propio mando; las bombillas; los protectores de enchufe; y hasta los interfonos para vigilar a bebés. Televisores, básculas para pesar maletas, cafeteras, teteras, teléfonos, son electrodomésticos que desaparecen sin más ni más.

Los hay también que reservan para equiparse la vivienda o el coche. Les gusta vivir bien gratis y es un sitio tranquilo para «trabajar». Estos sí son ladrones profesionales. La guía relata casos de saqueos a conciencia: equipos de música; sofisticados sistemas de ducha; taza del wáter; colchones…

Algo deben tener estos establecimientos porque a muchos se les despierta, de pronto, su alma de decoradores. Cuadros, jarrones, velas aromáticas, cabezales, pomos de puerta, almohadas, cortinas… son objetos que algunos deciden incorporar a sus viviendas sin coste alguno.

Hubo incluso un osado que intentó regresar a su morada con una cabeza disecada de jabalí. Seguro que no era animalista.

Los hoteles funcionan con el principio de confianza en sus huéspedes, como no podría ser de otra manera. Algunos les salen rana. Hay listillos que se aprovechan de las puntas de trabajo para reclamar utensilios o extras que luego no devuelven o abonan. La picaresca, como lo demuestra este sondeo, está en todos los estratos sociales.

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