No nos traten como a imbéciles

Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

Aestas alturas yo ya lo único que pido es que no me tomen el pelo. Esta semana ha empezado la tramitación parlamentaria de la Ley de Amnistía y entiendo que don Pedro Sánchez la defienda para poder seguir en La Moncloa. Lo que no acepto es que se trate de engañar a cuarenta y ocho millones de españoles.

Apruébenla diciendo la verdad, pues tienen los votos para hacerlo, y reconozcan que no es más que el precio pagado por siete escaños que han hecho posible una investidura. Aquí no hay grandeza, no se trata de «solucionar un problema histórico». Esto es como el zoco de Tánger pero en plena Carrera de san Jerónimo de Madrid, esa es la pura verdad y el resto son intentos de vestir el muñeco para tratar de hacerlo presentable a una ciudadanía que afortunadamente no comulga con ruedas de molino, como demuestra que 60% de los españoles están en contra de la amnistía.

Como ocurría en Animal Farm, la deliciosa sátira que George Orwell hizo del comunismo, aunque todos los cerdos son iguales algunos son más iguales que otros. Y aquí pasa lo mismo porque con la ley de Amnistía les está permitido a algunos privilegiados lo que se veda a la mayoría y no acierto a comprender cómo el PSOE puede impulsar una legislación que va contra la igualdad entre los españoles que ha sido, precisamente, una de sus señas de identidad. Hasta ahora.

No puedo aceptar que los que en 2017 defendieron la Constitución sean ahora «los malos» mientras que los que la quisieron romper sean ahora «los buenos». Me repatea y avergüenza que el futuro de mi país se discuta en el extranjero con un prófugo de la Justicia en presencia de un mediador internacional.

Tampoco puedo estar de acuerdo en que se le conceda a Cataluña un régimen fiscal separado. Ha sido escandaloso que en la última reunión para hablar de la financiación de las Comunidades Autónomas no acudiera la consejera catalana porque dijo que lo suyo se discutía en una mesa bilateral entre el Gobierno y la Generalitat. Y no me gusta que se condonen a Cataluña 15.000 millones de deuda con el dinero de todos los españoles, unos fondos que con certeza pueden encontrar destinos infinitamente más productivos y necesarios. Ese dinero debería pagarlo el PSOE y no usted y yo.

La separación de poderes también queda muy tocada pues esta ley permite al Legislativo, que ya es mera correa de transmisión del Ejecutivo, interferir en la labor judicial y decidir a quién se condena y a quién se absuelve, creando por añadidura un gravísimo precedente. Por eso han protestado todas las asociaciones de jueces y abogados del país, desde las más reaccionarias a las más progresistas. Y si encima introducimos el concepto de Lawfare admitiendo que la Justicia está politizada y que habría prevaricado dictando sentencias injustas que hay que revisar por comisiones parlamentarias, entonces la intromisión y el desgarro son aún mayores con impacto en el núcleo de nuestro Estado de Derecho. Una democracia exige mucho más que votar cada cuatro años.

Y nadie me convence de que esta ley quiere apaciguar un problema que es en primer lugar catalano-catalán (¿dónde queda la mayoría social catalana no independentista?) y solo luego un «conflicto con el Estado». Ese problema estaba adormecido como demuestran los resultados obtenidos por los partidos independentistas en las últimas elecciones: por separado tuvieron menos votos que el PP y juntos menos escaños que el PSC. Ha sido la «búsqueda bajo las piedras» de siete votos lo que ha insuflado nueva vida al independentismo, que ahora habrá que volver a desinflar.

Finalmente, nadie ha conseguido explicarme por qué arte de birlibirloque lo que antes del 23 de julio era inconstitucional para el gobierno se ha convertido en plenamente constitucional sin cambiar la Constitución. Mis luces deben de ser muy cortas porque no logro entenderlo. Claro que tampoco me ha explicado todavía su cambio sobre el Sáhara.

Este gobierno explica poco y aunque presume de «progresista» hace cosas que no lo son como esta ley o como la del sí es sí. Pero como seguirá adelante con su proyecto, al menos le pido que reconozca las cosas como son, que las llame por su nombre y que deje de insultar a nuestra inteligencia porque no somos tontos.