Escrito sin red

Relatos ficticios de hechos inexistentes

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la presentación de su segundo libro, "Tierra firme".

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la presentación de su segundo libro, "Tierra firme". / EFE / Juan Carlos Hidalgo

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

Contragolpeó González la tesis de Sánchez, formulada ante la pregunta crucial de Alsina «¿por qué presidente nos ha mentido tanto?» de que él no mentía, sino que cambiaba de opinión ante circunstancias diferentes, parafraseando el refranero: «cambiar de opinión es de sabios, hacerlo cada día, es de necios». Fue un golpe duro, propio de un polemista avezado. Pero apenas rozó a Pedro Sánchez, que, de ignorante no tiene nada, por mucho que tenga muy pocas lecturas, si es que tiene alguna. Sánchez, simplemente, no tiene opiniones sobre nada. O lo que es lo mismo, de tenerlas, no les concede ninguna virtualidad porque para él no son un instrumento para desentrañar el mundo sino para alcanzar y mantener el poder. En la medida que le sirven o no para ese objetivo las adopta o las desecha. Sánchez es la versión posmodernista de Ulrich, el hombre sin atributos de la novela de Robert Musil embarcado en la Acción Paralela en la Kakania del imperio austrohúngaro; los posee, pero carece de ellos en la medida que no los utiliza. Sánchez sería el hombre sin opiniones porque, de tenerlas, no las utiliza; las que emplea no es que sean suyas, son las necesarias para alcanzar su único objetivo: el poder. Para desarrollar su incoherente estrategia o para dar sentido a sus caóticas tácticas necesita reescribir continuamente el pasado, la historia, exactamente como el Gran hermano del 1984 de Orwell, el más brillante profeta del tiempo en que vivimos. Para ello necesita poner en práctica la sentencia de su Bautista, Zapatero, «las palabras tienen que estar al servicio de la política», es decir, manipular el lenguaje para que el significado de las palabras sea el que ordena él, el poder (Humpty Dumpty).

Así, el hombre que para consolidar su poder mediante su alianza con quienes pretenden destruir el Estado nos dirige hacia no sabemos dónde, hacia una tierra desconocida, a una no man’s land, a una tierra de nadie. Pretende convencernos con la presentación de su libro Tierra firme de que él es el piloto capaz de sortear los embates violentos del mar embravecido para llevarnos a puerto seguro. Todo es falso. El libro no lo ha escrito él, como no escribió ni leyó su propia tesis doctoral, y no se divisa puerto alguno en lontananza. Y si de verdad hubiere alguna tierra a la vista ésa no sería firme sino cenagosa, poblada de arenas movedizas, ésa sobre la que nos alertaba Mateo 7, 24-27: «un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa, y cayó, y fue grande su ruina». Comienza su último periplo, el de la ley de amnistía, la que consagra la impunidad para el golpismo separatista, la desigualdad de los españoles ante la ley y la deconstrucción del Estado de Derecho, hurtando el cuerpo, como hizo en el debate de la rectificación de la ley del ‘sólo sí es sí’, que sólo fue posible por el voto del PP, como lo hizo el martes, ausentándose oportunamente del Congreso, merced al calendario fijado por su marioneta Francina Armengol, el día de su admisión a trámite. Que la ignominia no esté asociada a su presencia ni a la de su Gobierno, apenas a su ministra de Hacienda.

Para justificar su cambio de opinión sobre la amnistía, antes del 23J sin cabida en la legalidad, y ahora, plenamente constitucional, para subrayar su normalidad, acude Sánchez al falso relato de que una medida parecida fue ejecutada por ese mismo PP que ahora pretende desautorizarle: «Aznar aprobó el año 2.000, en un solo día 1.400 indultos». Para defender la legitimidad de su negociación en Suiza con el prófugo Puigdemont supervisada por el mediador salvadoreño Fernando Galindo, acude también a Aznar: «su gobierno negoció con ETA en Suiza». El falso relato es la equiparación de ambas medidas. Los indultos de Aznar se justificaron por una petición del Vaticano, el aniversario de la Constitución y el fin del milenio. En todo caso, no fueron otorgados como moneda de cambio para obtener beneficios políticos. En relación a la negociación con ETA el objetivo era el intercambio de presos políticos por el abandono de las armas, la paz, que no se consiguió, no. Sánchez argumenta que los objetivos de los indultos, como los de la amnistía, no son para un beneficio político suyo o del PSOE sino para alcanzar la concordia y la convivencia en Cataluña. Quienes le desmienten no son las fuerzas de la oposición, son sus propios aliados. Lo afirmó con rotundidad en la tribuna del Congreso Gabriel Rufián, a propósito de los indultos, la eliminación de la sedición y la rebaja de la malversación: «No lo hace (Sánchez) porque sea su voluntad, sino porque le obligamos». Miriam Nogueras, de Junts, le exigió en el debate de la investidura que cumpliera con los pactos firmados: negociación y no diálogo de la amnistía, quita del 20% de la deuda de Cataluña y desjudicialización de la política (lawfare, impunidad para los políticos). No es la concordia ni la convivencia, es corrupción, es el poder.

En Espejo público, ante Susanna Griso, desplegó Sánchez su enésimo y fraudulento relato falso: «El PP también hubiera aprobado la amnistía si no hubiera dependido de Vox (disponiendo de 170 diputados)». Hay que decir que son los errores de Feijóo los que potencian la demagogia de Sánchez. Feijóo naufragó en la campaña electoral tras el debate en el que venció a Sánchez. Se creyó presidente y ya repartía ministerios. Erró con la descoordinación de los pactos autonómicos y municipales con Vox. Consintió el esperpento de Guardiola en Extremadura. Sus yerros continuaron después de las elecciones. Pretendió seducir al nacionalismo vasco y catalán apelando a su amistad con Iñigo Urkullu y motejando a Puigdemont como «hombre de palabra». ¿A quién se le podía pasar por la cabeza decir que «sentía respeto» por un prófugo de la Justicia huido de España oculto en el maletero de un coche? Facilitó que el relato falso de un hecho inexistente apareciera como plausible. La afirmación de Sánchez es de imposible constatación, pero además es muy improbable. El PSOE es el perrito faldero de Sánchez. No es el caso del PP y Feijóo. Si el PP dependía de Vox para aspirar a gobernar, fue precisamente por el fracaso de Rajoy en atajar el golpismo de los nacionalistas catalanes, el que alumbró al partido de Abascal.

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