TRIBUNA

El poder de la religión

Fernando Toll-Messía

Fernando Toll-Messía

Hamás no valoró bien las repercusiones de su salvaje ataque. Cuando se odia tanto, es imposible plantearse un escenario estratégico más allá de la visceralidad religiosa que desbarata toda posible actividad cerebral. Probablemente después del binomio dinero-poder, la religión sea la segunda causa de mortandad más importante de la historia. Y cristianos y musulmanes tenemos el primer premio. Son las dos religiones monoteístas más predispuestas a la masacre para imponer sus tesis. Una revisión de la historia acredita esta incómoda afirmación: las cruzadas, la guerra santa, tanto cristiana como musulmana, la quema de infieles por la Santa Inquisición, la expulsión de judíos de diferentes países, la guerra de los Balcanes, la reivindicación de estado Islámico por recuperar el Al-Andalus, la masacre de Gaza, etc., etc.

Los crímenes que se han cometido en nombre de la cruz superan a los cometidos en nombre del islam. Y hay bastante donde elegir. En Historia criminal del cristianismo, el historiador alemán Karl Heinrich Leopold Deschner analiza en diez volúmenes todos los crímenes y matanzas cometidos en nombre de la religión católica. Y dan mucho miedo.

No se debe criminalizar totalmente a los judíos por la respuesta de su gobierno a la brutal matanza de Hamás. Pero sí parcialmente. Porque cuando la soberanía popular elige en libres comicios a sus representantes, uno debe ser consciente del poder de su voto. De lo que los electos pueden hacer con él. Y cuando votas a un ultraderechista religioso con una acreditada retórica propia de un gran sacerdote, su respuesta puede ser incluso superior a cualquier elucubración que uno haga bajo los efectos del peyote.

El ministro de comunicaciones de Israel, otro tarado más a sumar a los que expliqué en mis dos anteriores artículos sobre esta repugnante guerra, ha tuitetado instando al ejército a emular a David y «cortar todos los prepucios malditos» de los terroristas de Hamás. El comentario no pasa de ser un exceso verbal propio de un descerebrado ultra religioso de ultraderecha (aquí también los tenemos, pero contenidos porque no tienen poder), pero lo realmente descarnado es que el gobierno de Netanyahu haya calificado a los gazatíes de «animales y monstruos que deben ser expulsados al desierto o a Irlanda».

Lo de Irlanda no lo acabo de entender, pero el odio a los palestinos sí. Incluso a sus crías (hijos) a las que están masacrando. Si las ven como monstruos, tiene todo el sentido que las traten como a tales. Y bombardearlas es algo impersonal y distante. No es personal como un cuchillo o una espada que sientes cómo se hunde en la carne y oyes el gemido de tu enemigo. Matar desde una pantalla de alta definición debe ser muy similar a matar zombies con la Xbox. E Israel lo está haciendo muy bien. El problema es que Netanyahu es rehén de estos partidos y no tiene margen de maniobra si quiere mantener el poder.

Aquí la gente está excitadísima porque un político va a amnistiar a otro porque necesita sus votos para gobernar. Y lo entiendo. Lo que no entiendo es que la comunidad internacional esté a los pies de Israel cuando un político está cometiendo un genocidio porque necesita los votos de sus socios de gobierno para seguir gobernando. Y que además esta orgullosa comunidad demócrata y heredera de la Ilustración, el Romanticismo, y el Humanismo cristiano esté literalmente cagada de miedo por enfrentarse contundentemente al salvajismo israelita propio de tiempos bíblicos.

Comprendo que los alemanes sigan pagando la penitencia que merecen por haber consentido el holocausto judío. Y entiendo que no puedan alzar la voz contra Netanyahu porque carecen de fuerza moral. Entiendo que Biden no se pueda mostrar contundente porque en noviembre de 2024 hay elecciones en EE UU y toda retórica contraria a Israel acrecentaría más la que creo una inevitable victoria de Trump. Pero me da mucha vergüenza como europeo, heredero de grandes valores universales, ver a Antonio Guterres tan solo en sus condenas. Como politólogo, como demócrata y como europeo me abochorna que denunciemos los excesos húngaros y polacos en materia de derechos humanos, pero nos pongamos mirando a la Meca ante un genocidio retransmitido en alta definición.