Las negaciones a san Alonso

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Hace diez días, paseando por Bellver, fui hasta la capilla de san Alonso. Como sabemos –o sabíamos– los que hemos sido alumnos de los jesuitas, a san Alonso Rodríguez se le apareció la Virgen mientras rezaba el rosario en el lugar donde siglos después se levantaría la capilla que hoy podemos visitar –uno de mis sobrinos se casó en ella–. No era el primer memento a san Alonso: ya en el siglo XVIII había en el bosque un pequeño oratorio que vería Jovellanos, quien al marcharse escribió: ‘cuando llegué estaba mejor que ahora’. Y fue ese estado, imaginamos que muy descuidado, lo que provocó que el rector de Sant Magí, junto con las familias España, Le-Senne, Cotoner, y Truyols promovieran las obras de la capilla actual. En 1875 los jesuitas habían intentado que la gente de posibles hiciese suyo el proyecto, pero no lo lograron. Diez años más tarde, gracias a los citados se bendijo la capilla recién construida y la terraza circular que la rodea pronto adquirió fama de ser lugar donde se trabaron muchos matrimonios insulares. Su vista sobre la ciudad y el puerto vale la pena. El emplazamiento, precedido por la gran escalinata que conduce hasta el castillo, es estupendo, pero desgraciadamente, hace unos años, el Govern Balear colocó junto a la capilla, una fea estación ¿meteorológica? que debería estar en otra parte menos visible (parece una dependencia de Fort-Apache tomada por los marcianos). Pero, que se sepa, nadie ha protestado nunca por el atentado estético.

Para los que no lo conozcan o se jacten de ello –aunque san Alonso sea patrono de Palma desde el siglo XVII y no un producto del nacional-catolicismo franquista–, Alonso Rodríguez fue un segoviano que enviudó en la treintena y fue perdiendo uno tras otro a sus tres hijos. Quiso entrar entonces en la Compañía de Jesús como hermano legó, en el estadio más bajo de la jerarquía ignaciana, pero aún así le pusieron trabas durante años. La falta de estudios era el argumento esgrimido. Al final logró su objetivo y fue destinado al colegio de Montesión donde desempeñó labores de portero el resto de su vida –más de treinta años– y fue muy popular en la ciudad por sus dotes de buen consejero. Se cuenta que cuando sonaba la campanilla, Alonso Rodríguez se levantaba de su cadira de repós o sillón frailuno, diciendo: ‘Ya voy, Señor’. O sea que atendía a todos, del menesteroso al rico Epulón, como si fuera Dios quien hubiera llamado a la puerta. Su estatua en piedra así lo representa y estuvo años y años en el centro del claustro de Montesión. Cuando castigaban al curso entero a la hora de la salida –las ocho de la noche, conciliación avant-la lettre– a dar vueltas y más vueltas alrededor del claustro, él era nuestra compañía.

Aunque la humildad no es, precisamente, una virtud jesuítica, san Alonso fue para nosotros la personificación de la humildad, virtud, repito, bastante infrecuente en el colegio (con dos excepciones: el hermano Marzal, que además era un sabio latinista y lector de Kipling, y el padre Casasnovas –que llegó después y si no era santo, que yo creo que sí, fue lo más parecido a un santo que hayamos conocido).

Para acabar la nota jesuítica –no sea que alguien se ponga nervioso– diré lo que es sabido: que ya en 1633 fue escogido por el Gran i General Consell de Mallorca patrono de la ciudad y, más o menos desde entonces, una pintura con su imagen en Bellver, se cuelga de la fachada de Cort el día 31 de octubre, su festividad. Y para todos los palmesanos –hubiéramos ido, o no, a Montesión– esa imagen de San Alonso forma parte de nuestra cultura ciudadana, como Es Gigant i Sa Giganta, o el hombre que tenía tantas narices como días el año (y de niños buscábamos un narigudo múltiple y la broma estaba en que era 31 de diciembre y al año sólo le quedaba un día). O sea que ni rastro de nacional-catolicismo, sino pura tradición popular que viene de muy atrás. Sólo añadiré que el archiduque Luis Salvador cuenta que cuando ganaban los liberales, el cuadro de san Alonso no se colgaba y cuando regresaban los conservadores volvía a colgarse sobre el banco del ‘Si no fos’. O sea que también existe una cierta tradición de ser retirado de la circulación en algún momento y repuesto después.

Pero hay más negaciones: inexplicablemente –no sé si padecía algún deterioro fruto del aire libre– su estatua fue retirada del centro del claustro de Montesión y pasada a una hornacina del lateral. Y cuando en misa el clero local invoca a nuestros santos –citando también al Beat Ramon Llull, éste que no falte– el nombre de san Alonso no aparece por ningún lado. ¿Su pecado?: ser foraster, no lo duden (y no pertenecer, por ejemplo, a la casa de Alba). Y eso que según la leyenda nos falta un santo para no hundirnos con la isla.

Hace unos días, un escritor mallorquín publicó en AraBalears una sarta de tonterías sobre san Alonso y su presencia palmesana no tanto por mala fe, quiero creer, como por total ignorancia del asunto. Y aquí no viene mal recordar que el poeta Gerald Manley Hopkins dedicó a san Alonso uno de sus poemas y como me decía Eduardo Jordá, «ya me dirás que otro mallorquín tiene el honor de ser recordado por un poeta como Hopkins». Que en Montesión no se conociera a Gerald Manley Hopkins –pese a pertenecer a la Compañía de Jesús– y nunca nos hablaran de él, allá ellos, pero que un escritor que fue poeta en su juventud lo ignore y en cambio caiga en la ‘gracieta’, confundiendo la velocidad con el tocino, tampoco es de recibo.

Y ahora, caprichosamente, mallorquinizaré aún más el asunto Gerald Manley Hopkins. Su huella paisajística está en algunos poemas de la Generación de la Gran Guerra, poetas ingleses que escribieron sobre la Guerra del 14 mientras sucedía –alguno perdió la vida en ella– sin hablar de épica entusiasta, ni orgullo nacional, ni episodios bélicos –y eso que fue la peor y más truculenta guerra de trincheras que haya habido nunca– sino del alma humana y sus emociones, el amanecer en la campiña inglesa, o el fin de la noche y el canto del mirlo. Siempre he creído que Bartomeu Rosselló-Pòrcel escribió su maravilloso poema A Mallorca, durant la guerra civil –que no habla de la guerra–, influido por aquellos poetas –de Rupert Brooks a Wilfred Owen–, jóvenes como él. O sea que muy al fondo, lo supiera o no Rosselló-Pòrcel, estaba Gerald Manley Hopkins, el único gran poeta que ha escrito un poema sobre san Alonso Rodríguez, en la puerta de Mallorca (sic). En fin, Mallorca siempre presente donde haga falta…

Mientras tanto, el cuerpo embalsamado de san Alonso descansa ajeno a las cosas mundanas, entrando en la iglesia de Nuestra Señora de Montesión a la izquierda. O así ha sido durante muchos años. Por si no lo han visto nunca, lo digo. O para evitar que generaciones futuras se crean que es un extraterrestre en su cápsula espacial, un vampiro, o ‘un facha’.

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