Una ibicenca fuera de Ibiza

John Smith

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

Cuando los londinenses descubrieron que el London Bridge concebido para coches de caballos y no a motor se iba hundiendo en el Támesis, en lugar de derruirlo para construir uno adaptado a los nuevos tiempos, decidieron ponerlo a la venta. La pela es la pela. Y coló. Un excéntrico empresario estadounidense llamado Robert Paxton McCulloch, que se había forrado vendiendo motosierras en el mid century, ofreció 2,4 millones de la época. Lo malo es que creyó haber comprado el icónico Tower London Bridge. Santa Rita Rita, una vez reubicado piedra a piedra en medio de la nada en Arizona, construyó un canal debajo para que algo que cruzar justificara el dispendio.

También en Londres pero tres siglos antes, los editores Robert Barker y Martin Lucas tuvieron otra equivocación de dimensiones bíblicas. Literalmente. Fue cuando decidieron reimprimir la Biblia en papel fino importado de Suecia y encuadernada en cuero italiano. Lástima que al llegar al Éxodo 20 olvidaran incluir el ‘no’ en el sexto de los Diez Mandamientos convirtiendo el «No cometerás adulterio» en una incitación a fornicar con el cónyuge ajeno. Fueron multados con 300 libras esterlinas (otra pasta para la época) y privados de sus licencias de imprenta. Casi toda la tirada de la Biblia fue confiscada y destruida. Casi, porque dos ejemplares supervivientes de aquella denominada Biblia de los Adúlteros fueron subastados en Sotheby’s.

Lapsus. Cosas que pasan. Uno de estos lapsus ha alcanzado al Primer Ministro portugués, António Costa, que sorprendió al mundo anunciando su dimisión y la convocatoria de nuevas elecciones tras conocer que su nombre había sido mencionado por los implicados en una investigación del Ministerio Público sobre una supuesta trama de prevaricación y tráfico de influencias. Aunque se declaró «inocente de cualquier acto ilícito o censurable», dimitía «para preservar la dignidad de las instituciones democráticas». Poco después, el juez que lleva el caso constató varios errores en el informe de acusación. El más grave, haber confundido el nombre transcrito en las escuchas que han valido para imputarlo. No se trataba de António Costa primer ministro, sino de António Costa (Silva), ministro de Economía.

Lapsus. El que tiene boca se equivoca y si nos mueven las ansias del creo que he pillado algo gordísimo, nos equivocamos todavía más. Por eso hay que grabarse a fuego el vísteme despacio, que tengo prisa. Ni les cuento si el protagonista de las sospechas es un tal António Costa, que es el equivalente a llamarse John Smith en Estados Unidos. Nuestro Antonio García. Tenemos 627.738 Antonios en España. Casi 1,5 millones de españoles se apellidan García de primero y otros tantos de segundo. El que no tenga un Antonio García en la agenda del móvil, que tire la primera piedra. Y como yo misma -al igual que la mitad de los ibicencos-, soy Costa, defiendo con uñas y dientes nuestra inocencia hasta que se demuestre lo contrario y sin embargo… ¡qué envidia de los lusos, caramba! No porque tengan políticos envueltos -presuntamente- en casos de corrupción, que aquí los tenemos para llenar varias veces Soto del Real, sino porque sabiéndose inocente se marcha porque prima más «la dignidad de las instituciones» y aquí ni con agua caliente. Y cuando alguna vez, muy de vez en cuando, alguno cae por la desmesura de pruebas y estiércol, salta del despacho a los platós para vivir ahora de darnos consejos. Y porque su Ministerio Público -el equivalente a nuestra Fiscalía del Estado-, no atinará, pero reconozcamos que lo intenta: ¿Que se menciona a un António Costa en las escuchas? ¿De qué me suena a mí este nombre? ¡Y lo imputan! Y aquí en cambio, aunque solo 190 personas tienen en España como primer apellido ‘Rajoy’, no ha habido inteligencia fiscal ni artificial capaz de descifrar qué enigmático personaje se oculta tras el acrónimo ‘M. Rajoy’ que aparece -y aparece y aparece- en los registros de la contabilidad B de Bárcenas. Al ser preguntado por la Fiscalía el que era presidente del partido, y del país y que se llama precisa y exactamente Mariano Rajoy, respondió: «Es falso de toda falsedad. Se han confundido de testigo». Y no hay nada más que ver aquí, circulen.

El actual presidente del PP -y no del país «porque no quiere»-, Feijóo, comparte con su antecesor un apellido poco dado a confusiones -ojo ahí- y la tendencia natural, casi poética, de meter gazapo a razón de una vez por intervención: Picasso era catalán, Orwell escribió 1984 en 1984, La Palma está en Mallorca, dos por diez son veintidós… El último, confundir a Antonio Machado con Ismael Serrano, como si fueran siameses separados al nacer.

Nada. Lapsus. ¿La moraleja de todo esto? Que el que tiene boca se equivoca, que las prisas son malas compañeras, que nunca hay que comprar un puente sin haberlo visto primero y que no hay que creer todo lo que pone en Google. Sé, sin ir más lejos, de una Biblia que dice ‘Cometerás adulterio’.

@otropostdata

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