Tribuna

Facultades de Medicina: ¡más madera!

Miguel Reyero

Miguel Reyero

¿Cuál es el segundo país del mundo con más facultades de Medicina por millón de habitantes? Hasta hace dos años, España, aventajada solo por Corea. Hoy el primer puesto sería ya para España, con bastante más de una facultad por millón de habitantes, más del doble de lo recomendado por la OMS para países desarrollados, y más que Alemania, Francia o EE UU. Difícil pensar algún aspecto en el que nuestro país ostente el número uno en el ranking mundial. Quizá la fabricación de botijos (nivel estatal) o la tasa turistas/habitantes locales (nivel balear). Las cifras marean. La población española en 2010 era de 46 millones. En 2023 apenas un millón más, un incremento inferior al 3%. Sin embargo, en 2010 teníamos 28 facultades de medicina, dos de ellas privadas. En 2023, 53 facultades, 15 de ellas privadas. Y cinco más en el horno. Un crecimiento cercano al 100%. Más madera, faltan médicos. Esta última aseveración (faltan médicos) es un modo de simplificar una situación que los expertos se encargan de desmentir y los responsables políticos o los intereses económicos se esfuerzan en ocultar. No faltan médicos. Faltan médicos de algunas especialidades. De algunas de ellas (Medicina de Familia) sobran cada año plazas para formarse, porque ningún médico las solicita. Pero esto merece otro artículo. Hablemos de la eclosión de facultades de Medicina. Sin parangón mundial, como hongos.

Si el problema es la falta de algunos especialistas y no de estudiantes de medicina o de médicos ¿por qué se abren nuevas facultades? Las respuestas son múltiples. En teoría, la iniciativa pública crea universidades para dotar a un país de personas con alta formación en unas materias y para desarrollar después un trabajo concreto. Tener facultad de medicina prestigia a las universidades (y a responsables políticos), da reconocimiento institucional y económico, especialmente si se realiza actividad investigadora, y facilita la firma de convenios con otros centros. En el caso de las universidades privadas, las motivaciones suelen ser diferentes, resumibles en dos: por parte de grupos políticos o religiosos, como elemento extender influencias, ideologías o creencias. O bien, por simplemente como negocio. Dejándolo claro (es el mercado, amigo), nada que objetar.

Calidad

La calidad de la formación en medicina es especialmente compleja y costosa. En la ultima década, un creciente número de estudiantes, una financiación a la cola de Europa, y un descenso del ya escasísimo numero de profesorado titular y catedráticos, estimándose su déficit en unos 3.000. Mientras tanto, la docencia descansa en una multitud de profesores asociado: casi 300 en la facultad de la UIB, con un sueldo de 900 al mes. A todo ello se une la limitación de centros asistenciales para la correcta formación práctica del alumnado. La facultad de Baleares, una de las más pequeñas del estado, reconoce que se encuentra con dificultades para ubicar a sus estudiantes con criterios de calidad y respeto a los pacientes en hospitales y centros de salud. Deficiencias importantes, de solución compleja. Pero mucho más lo son para una hipotética facultad privada en Baleares con formación práctica en las clínicas que la promueven. Clínicas que sin duda realizan perfectamente sus tareas asistenciales, pero con una organización y población atendida que no son en absoluto superponibles a los centros públicos. Quien conozca a fondo ambas realidades lo sabe. No son peores ni mejores, son distintas. La estructura y cobertura de sus servicios médicos y de enfermería, sus requisitos de selección, sus equipos presenciales de guardia, la atención a los casos más complejos que requieren asistencia multidisciplinaria, son distintos. Por no hablar de la ausencia de centros de salud en que se atienda a una población general y representativa de todos los perfiles sociales, privilegiados y desfavorecidos.

Desigualdad

En una sociedad con profundas inequidades, en la que el futuro de las personas está en gran medida condicionada por su origen económico y social (con las excepciones que confirman la regla), la sanidad y la educación públicas son unos de los pocos elementos que fomentan la igualdad. Los caros centros privados, justamente lo contrario. Educación (y sanidad) para quien puede pagarlo. Las facultades de medicina son uno de los mejores ejemplos. En Estados Unidos formulan el llamado Principio de Arquímedes modificado: Todo estudiante de una universidad privada experimenta un empuje hacia arriba directamente proporcional al dinero que sus padres desalojan. Estas consideraciones pueden compartirlas los estados (con su obligación de fomentar la equidad entre su ciudadanía), o algunas personas u organizaciones sociales. Legítimamente, a los consorcios empresariales de la sanidad y la enseñanza privada no tienen por qué concernirles. Sus objetivos son muy distintos objetivos, resumidos en el rendimiento económico. Nada que objetar. Sí que resultaría llamativo que personas que se supondría interesadas en la igualdad de oportunidades y una enseñanza y sanidad accesibles, públicamente aboguen porque estas iniciativas privadas lleguen a buen puerto, con su sobradamente demostrada calidad. Enseñanza para ricos (en las facultades privadas de medicina las matrículas oscilan entre 15 y 20.000 euros anuales), sin prácticamente más requisito que tener solvencia económica. Y con formación práctica en clínicas privadas para personas acomodadas.

La reciente propuesta de la patronal de la sanidad privada de Baleares de crear una nueva facultad de medicina en nuestras islas ha recibido esta semana el unánime rechazo por parte del Consejo de Gobierno de la Universidad de las Islas. No sabemos si además de apostar por el desarrollo de la universidad pública, ha pesado el desproporcionado incremento de facultades de medicina. Pero esas u otras razones no desanimaran a las empresas promotoras. Ya han anunciado que buscaran el aval de otras universidades. Y seguro que, públicas o privadas, y por distintos intereses, encontrarán quienes apadrinen más y más facultades. Más madera.