El Conocimiento

El conocimiento

El conocimiento / Pedro Coll

Pedro Coll

Pedro Coll

Publiqué este texto en mi blog, El Punto Amarillo, el 16 de mayo de 2011. Ella tendría entonces nueve años. Esta foto que le hice me llevó a escribirlo. Qué bien complementan las palabras con las imágenes, se retroalimentan. Hace unos días, consultando este blog que mantengo vivo, pero sin actividad, me encontré con este post, El Conocimiento, y me entró el deseo de trabajar un poco sobre él, actualizarlo y compartirlo. Han pasado tantas cosas desde aquel 2011, y no paran de pasar. No diré su nombre, no quiero agobiarla ni ponerla en situación incómoda ante sus amigos. Ya en edad universitaria y metida de lleno en su curso de Erasmus, está entrando con ilusión en ese futuro incierto para el que muchos de nosotros careceríamos de energía si se nos propusieran ahora renovar el contrato de la vida. Imaginad la oferta: toma, setenta años más, pero sin volver a nacer, o sea, setenta años más a partir de tus actuales artrosis, próstatas, pájaras mentales, insuficiencias respiratorias, ictus del que te recuperaste tan bien, etc… Llegar de esta manera, con la precariedad actual duplicada, a los ciento cuarenta años, como prometen esos malabaristas de la genética, sería una crueldad. Me recuerda las investigaciones de los nazis para mejorar la raza.

Pero vayamos al texto del post, escrito con referencia a la imagen que publicamos.

«Suelo observarla sin que se dé cuenta, me maravilla su actividad, su empatía, su amor propio y sentido de responsabilidad, su alegría, su facilidad tan oriental para las cifras y para sus iniciáticos pequeños proyectos de business. De pequeñita daba la sensación de sentirse humillada al no poder leer lo escrito en los letreros en la calle o en las páginas de los periódicos. Solía preguntar, ¿qué pone aquí? Hubo una época en que, al acostarse, abría un libro por el punto donde lo había dejado la noche anterior y durante un rato hacía como que leía, pasaba algunas páginas, situaba el punto donde parecía que había dejado la lectura, lo cerraba, lo dejaba sobre la mesilla de noche y cogía el sueño en un cero coma. Fue en los trayectos del colegio a casa donde fui apreciando sus progresos en el conocimiento de la escritura, a la vez que de las cosas de la vida. Al principio se sintió feliz sólo de comprobar que ya identificaba las letras de los anuncios de publicidad y de los letreros de los comercios, señalaba las letras, aquello es una B y aquello una Ñ, luego comenzó a juntarlas... g-a-b-i-n-e-t-e  f-i-s-c-a-l, se quedaba un instante pensativa y preguntaba ¿qué es gabinete fiscal? Y tú, mirándola por el retrovisor, explícaselo.

Fui consciente por primera vez de su agudeza mental aquella tarde en que salió como ensimismada de una clase de Kumon a la que iba una vez por semana. El Kumon es un sistema japonés de aprendizaje para ejercitar la mente mediante la matemática. Tenía entonces siete años. Conociendo su nivel de autoexigencia le pregunté qué le preocupaba. He tenido dos faltas, y la profesora me ha dicho que menos mal que era humana. Ella solo había cotizado lo de sus dos faltas sin darse cuenta del auténtico sentido del comentario. En aquella misma época estábamos organizando un viaje de larga distancia. Yo tenía puntos de Iberia, casi para los dos billetes y pensaba completar los puntos que nos faltaban, comprándolos. Se lo expliqué y le dije que probablemente volaríamos gratis los dos. En tiempo real se puso en lo peor y me dio un consejo: si al final tienes que comprar uno de los billetes, que sea el mío, tengo descuento por edad».

Terminé el texto para el blog con esa frase: La observo sin que se dé cuenta y me maravilla su existencia. Días después apareció un comentario en mi blog que me dejó cavilando, lo firmaba un nombre de mujer y venía de Argentina. Decía esto: Ustedes, los del primer mundo, parece que se cayeron de un guindo.

Pues quizá sí. Pero los que no se van a caer de un guindo son muchos jóvenes de esta generación de mutantes que sospecho que se van a comer el futuro con patatas fritas, aunque se lo hayamos dejado hecho unos zorros. Metidos en ese marasmo ocasionado por tanto incompetente adulto, no nos queda otra que confiar en ellos. Y en las mujeres, que vienen disparadas. Y por lo que concierne a nosotros, los mayores, pienso que nos va bien esa esperanza de vida de los ochenta y tantos, pelín arriba, pelín abajo. ¡Y tanto!, como traduciría literalmente un catalán al castellano, ahora que tanto nos ocupan y preocupan las traducciones simultáneas de las lenguas co-oficiales.

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