OPINIÓN

Leonor, mejor hospital que cuartel

La Princesa Leonor.

La Princesa Leonor. / EFE

Matías Vallés

Matías Vallés

Ningún rey español ha entrado en combate durante los últimos 150 años, cuando Alfonso XII se fajó por partida doble contra el enemigo interior del carlismo. Después de siglo y medio de sequía monárquica en el frente, la militarización de la Princesa de España excede incluso el anacronismo. Sobre todo, cuando ninguno de sus compañeros de generación está obligado al servicio militar, por gentileza del ultrapatriota José María Aznar.

La peripecia militar de Leonor de Borbón Ortiz no solo tiene una utilidad dudosa para su desempeño profesional, sino que se erige en un dato tan elitista como su formación en un colegio galés de Harry Potter. La heredera no se integra con el conjunto de una población exenta de las casernas, sino que pretende una distinción adicional cuartelaria, en tiempos poco proclives a guiarse por la pureza de las sangres.

La princesa española no ha elegido ni su formación. Nunca sabremos de modo fehaciente qué pensó Letizia al ver a su primogénita camino de un cuartel. Es posible que la Reina laica hubiera preferido incluso un convento, y esta disyuntiva recuerda que descartar centros de educación armados obliga a elegir una alternativa. Desde el objetivo elemental de entroncar con la sociedad, un hospital hubiera servido a los propósitos educativos con mayor precisión que una academia militar.

Los hospitales encarnan el eje de la vida ciudadana, con un simbolismo heredado de los propios cuarteles a través de las órdenes militares en Tierra Santa. El episodio imborrable de la covid les otorga una dimensión adicional de templos cívicos. Las clases de balística y topografía estarían mejor empleadas por la Princesa analizando la atención al paciente, una vez que la función esencial de la monarquía se ha desplazado al consuelo a los ciudadanos ante la adversidad.

En los tiempos en que el trastatarabuelo de Leonor de Borbón aniquilaba el carlismo, la Ley Constitutiva del Ejército le concedía el título de «institución especial», un rango que imprime carácter. Corría 1878, y la singularidad militar se ha transmutado en el papel clave de las instancias educativas. De nuevo, la formación principesca se hubiera encarrilado con mayor provecho mediante una estancia en un instituto de enseñanza, a pie de las clases medias.

Argumentar a favor del cuartel que Leonor de Borbón será un día mando supremo de las fuerzas armadas es tan artificial como llamar «capitán general» a Felipe VI. De ahí que un stage en un centro de refugiados hubiera sido más aconsejable que una Academia de Infantería. Entre otras cosas, porque la Princesa de Asturias se mostró más marcial y distante en la entrega de sus premios que en anteriores citas en Oviedo. Con la barbilla por encima de la frente, la joven se expresa como una comandante, a la Reina le costará devolverla al estado civil.

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