El misterio del Nautilus

José Carlos Llop

José Carlos Llop

El martes de esta semana apareció en un digital madrileño una noticia que, según mi creciente miopía informativa –una enfermedad que consiste en valorar cosas que a los demás importan un bledo y al revés–, consideré importante. ¿Dónde estaba esa importancia tan capital, rompetechos? Desde luego no tanto en Madrid como en Mallorca. Esperé unas horas a ver si aparecía en los medios locales –y mira que tenemos medios– y nada. Esperé un día y tampoco. Ni prensa escrita, ni televisión, y radio no lo sé porque la escucho poco. Lo que se dice un apagón informativo en toda regla.

A la mañana siguiente, seguía el blanco total y a medida que pasaban las horas mi preocupación iba en aumento. Mi preocupación era por mi salud: ¿te has creído un fake como la copa de un pino, tontaina?, ¿te has inventado una noticia?, ¿vives en un mundo más irreal que el de los demás? Por fin la tarde del jueves –dos días después– se publicó en nuestras ediciones digitales y no sé si se informó en televisión. En la radio, supongo que sí –al menos el viernes– porque son muchos los informativos radiofónicos cuyo patrón primero es la prensa escrita.

Déjese de retóricas y diga a qué noticia se refiere. Allá voy: a principios de semana, la Armada española localizó un submarino ruso acompañado de un remolcador de la misma nacionalidad en aguas territoriales españolas; en este caso mallorquinas. O sigui, ben nostres. Que tenemos turistas rusos lo sabemos hace años, pero ¿un submarino de la misma flota que tomó Crimea? ¿Vendría del Mar Negro? Pensé en el Kursk de trágica memoria y como el aleteo de un murciélago me vinieron las últimas noticias de Oriente Medio y su posible razón de ser en aquella guerra. Vamos, que no pensé en ningún momento que ese submarino estuviera pescando raors en Cabrera. Entonces, ¿qué se le había perdido tan cerca de la Colònia de Sant Jordi?

Si viviéramos en una nueva Guerra Fría –y ojo que ya no estemos en ella y sin enterarnos– podríamos pensar, homenajeando a Le Carré, que venía de recoger a un agente del KGB o cómo se llame ahora, con los planos de la Almudaina y el Consolat de Mar, más unos microfilms de las instalaciones del Puig Major y, ya puestos, de la Base Naval de Porto Pi. Pero me temo que mi concepción del espionaje es una anticualla en blanco y negro y no se necesita saber nada de lo que digo y menos aún trasladar un submarino de esa entidad para un rescate. Bastaría con un billete de Air Europa y sin pagar: con hackearlo –afición le tienen últimamente– sería suficiente.

Entonces, ¿dónde está el casus belli? Como en La carta robada de Poe, delante de nuestras narices. No en el submarino, menos aún en el remolcador, y tampoco en nuestras aguas territoriales. Nada de eso. El misterio está en el apagón informativo. ¿Por qué no saltó la noticia como un cohete e invadió ediciones digitales mallorquinas, portadas del día siguiente, programas de radio, exclusivas de televisión (por ejemplo: ¿iba el remolcador cargado de ensaimadas para la tripulación?).

Rusia es el Oriente de Europa y todo Oriente está cargado de misterios. Cuando las revueltas del Procés que nunca existió, se supo que había contactos con Moscú y agentes infiltrados por las calles de Barcelona. Se supo incluso que se había prometido alguna base en Cataluña y el puerto de Barcelona como pago por la ayuda si la cosa iba a más. Se habló de comandos preparados para infiltrarse y de los hackers de Putin estableciendo ataques informáticos a tutiplén, objetivo: España. ¿Suena a fantasía moruna, verdad? Pues resultó ser cierto todo –menos lo de los comandos, que aún deben estar remando en el Volga– y tiempo después se fueron sabiendo vía prensa distintos detalles del asunto –planos, lugares de encuentro, nombres y graduación de los agentes– y sus derivadas. Lo que parecía una película de serie B había sido verdad. Pero pelillos a la mar y de nuevo se miró hacia otro lado. ¿Qué habría ocurrido de ser, por ejemplo, norteamericanos?

Y tan hacia otro lado se miró que cuando Rusia invadió Ucrania, pese a ser el modelo ucraniano un posible modelo del nacionalismo indepe, el silencio de La Generalitat fue sepulcral. ¿Cómo alinearse al lado de Ucrania –que era lo que hacían los países occidentales– si Rusia había sido tan amiga del Procés que nunca existió? Menudo marrón. Pues a callar, que el silencio siempre ha sido el mejor camuflaje y al mismo tiempo desinflama las pulsiones inmediatas y ganas tiempo. Nunca sabremos si el retraso en publicarse la noticia del submarino es otra consecuencia natural del estado de la cuestión.

Pero hemos visto la foto de su torreta y el remolcador detrás en aguas mallorquinas, tomada por el buque de la Armada española que los invitó a salir de las mismas con cortesía propia de la Marina. Es decir, sin cañoneras de por medio. Y no era el monstruo del lago Ness. Según últimos reportajes, el Mediterráneo está plagado de tiburones de todo tipo y submarinos varios los ha habido desde la I Guerra Mundial, pero nunca tan cerca, salvo los que entonces se aprovisionaban de fuel en aguas de Cabrera. ¿El misterio del Nautilus o El Secreto de Rackham el Rojo? A partir de ahora cuando veamos una aleta habrá que pensar que tal vez no sea un tiburón blanco sino un submarino ruso en misión secreta. No somos nada, ni siquiera una base militar a tener en cuenta, pero la cosa no deja de ser inquietante. Hasta nuestra incredulidad –o nuestro silencio– lo es.

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