Al Azar

Protocolos de la disco en llamas

Matías Vallés

Matías Vallés

Los incendios de discotecas con víctimas mortales superan en frecuencia a los siniestros con muertos en otros edificios públicos, que tienen ocupantes de movilidad limitada. Tras el recuento de los cadáveres carbonizados y las condolencias, en todos los casos basta con esperar unos días para que emerja uno de los subgéneros de la tragedia de normas más repetitivas y estrictas, el protocolo de la discoteca en llamas. El argumento empieza siempre por la ausencia de licencia del local, que no impide la complicidad supongamos que gratuita de las autoridades en la prolongación de su actividad clandestina. La ley ofrece resquicios a los caracteres emprendedores.

La ausencia de permisos en regla viene acompañada de órdenes de cierre superficiales, con el único objetivo de proteger a los encubridores en caso de una improbable investigación de su gestión. Otros clásicos del protocolo de la disco en llamas son los excesos de aforo, la ausencia de materiales ignífugos y la preponderancia de combustibles, las escaleras estrechas, las salidas de emergencia bloqueadas o los extintores de funcionamiento errático. Todo lo cual es secundario para los encargados de inspeccionar, porque los discotequeros son tan simpáticos y a veces hasta invitan a beber.

Los incumplimientos siempre idénticos no son exclusivos de las discotecas que acaban en llamas, puede hablarse de un fenómeno generalizado donde la chispa solo brota por fortuna en establecimientos puntuales. Ante la reiteración pautada, cabría preguntarse de qué sirven la aparatosa legislación y la dotación funcionarial al respecto. Sobre todo cuando, así que pasen los años de rigor, el laberíntico drenaje judicial desemboque en unos hechos borrosos, de origen y culpabilidad indefinidos. Este tercer acto también cumple escrupulosamente con los protocolos de la disco en llamas. El resumen de las ilegalidades y disparates se verbaliza en lenguaje castizo. Sucedió lo que tenía que suceder, y volverá a ocurrir en otro sitio tras un paréntesis prudencial.

Suscríbete para seguir leyendo