De Rubiales a Guerra

Antonio Papell

Antonio Papell

El viaje que hemos recorrido en este país desde la muerte de Franco hasta nuestros días ha sido sin ninguna duda el trayecto más fecundo e intenso de la historia. En lo material, hemos salido de la pobreza crónica hasta incorporarnos con plenitud Europa, tanto en lo político como en la calidad del desarrollo económico. En lo intelectual, hemos salido del mundo tenebroso de la superstición, las sotanas y el blanco y negro para adherirnos a las corrientes contemporáneas del pensamiento. Y uno de los elementos más relevantes, si no el más importante de todos, fue el rescate y la potenciación de la mujer, una de las víctimas más golpeadas de la dictadura. Una dictadura sórdida y de uniforme que anuló por completo cualquier tentativa de emancipación de la mujer, cuando en Occidente ya había señales claras de que arrancaba, a lomos del feminismo naciente, la liberación femenina. En 1949, Simone de Beauvoir, —llamada «Cantor» por sus amigos, y «la grande Sartreuse» o «Notre-Dame de Sartre» por sus enemigos— publicaba el Le Deuxième Sexe, El Segundo Sexo, la biblia del feminismo moderno.

Veníamos de un modelo patriarcal, potenciado hasta la exacerbación por el cristianismo. La Biblia era el arcano de este modelo, en que las leyes matrimoniales y de herencia establecían el dominio del hombre sobre la mujer, y las mujeres vivían bajo estrictas leyes de conducta sexual, siendo el adulterio un delito punible con la lapidación. Además, la legislación justificaba la que hoy llamamos violencia de género: el Código Penal de 1870 reconocía los llamados «crímenes pasionales» cometidos en defensa del «honor» del marido burlado, convertido en un eximente: el art. 438 decía textualmente que «El marido que sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a esta o al adúltero, o les causare alguna de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro. Si les causare lesiones de otra clase, quedará exento de pena. Estas reglas son aplicables en iguales circunstancias a los padres respecto de las hijas menores de veintitrés años y sus corruptores mientras aquellas vivieren en la casa paterna. El beneficio de este artículo no aprovecha a los que hubieren promovido o facilitado la prostitución de sus mujeres o hijas»… Durante el franquismo, la mujer no podía solicitar pasaporte o abrir una cuenta corriente sin permiso del esposo… En la práctica regía aquel sarcástico argumento que manejó Unamuno en Niebla: «...Pero, ¿no es acaso la mujer otro animal doméstico?»

La segunda mitad del siglo XX fue el de la incorporación de la mujer al trabajo y de la equiparación de los derechos y libertades de los géneros. La evolución no fue fácil, y las cifras lo confirman: En USA, entre 1973 y 1998 la tasa de población activa empleada pasó del 65% a casi el 74%, pero en el caso de las mujeres, el salto fue del 48% al 67,4%. En Europa, según datos de la OCDE, la población activa femenina pasó en el mismo período de tiempo del 43,2% al 49%, y en España, del 30,2% al 34,8%. En el primer gobierno del Rey, no hubo una sola mujer; hoy, la paridad es un hecho incuestionable.

Esta evolución ha dado también cauce a una reivindicación de derechos tendente a la plena equiparación entre los dos sexos. Los sucesivos gobiernos de izquierdas han realizado todas las reformas legales que proporcionan esta igualdad jurídica, totalmente incuestionable. Tan solo falta por recorrer el terreno arduo de la igualdad social, en el que queda mucho por andar. La primera sentencia de «la manada» que no vio agresión sexual en la violación en grupo de una joven en los sanfermines de 2016 generó tal protesta que la criminalización rotunda de la violencia de género se ha convertido en un saludable antídoto. El «caso Rubiales» ha dejado constancia de la extrema sensibilidad que hoy merece la indemnidad de la mujer frente al acoso del varón. En este marco, el «caso Guerra», en que el exvicepresidente sugirió que una ministra atiende más a su peluquero que a su obligación, servirá para enterrar las reminiscencias de la patología cavernícola que todavía pululan en lo más decrépito de nuestros mentideros políticos.

Suscríbete para seguir leyendo