Tribuna

De ansiolíticos y otros fármacos

J. Teresa de Ruz Massanet

J. Teresa de Ruz Massanet

Con el otoño, regresa el consumo de aquellos fármacos que quedaron atrás hace unos meses, quizá un año, o puede que hasta debuten de manera algo imprevista un día de estos. Y es que últimamente oigo a personas queridas expresar padecer síntomas de ansiedad o depresión. Sobre todo de la primera. Hablar de ello con cierta naturalidad se ha normalizado un poco más, ya que en algún momento de nuestras vidas puede que algunos hayamos sido carne trémula de esos «estados de excepción». Aun así, merece la pena hacer una reflexión.

Algo ocurre, o algo hacemos mal. Se puede achacar al individuo, a sus características e historia, bien, pero también se puede echar una mirada hacia la sociedad, al modo que propone el filósofo Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, aunque amparándome en mi vena andaluza, diría: la sociedad del agotamiento. Todo este embrollo del rendimiento máximo como expresión de normalidad y también como mecanismo de triunfo, constituye un auténtico desasosiego para el espíritu. A veces, sólo cabe esperar una caída en algún vacío sin conocer su fondo, ya que la competición suele ser contra uno mismo, víctima y verdugo a la vez. Todo ello sin descuidar las apariencias, «sonría, por favor», o los bienintencionados deseos de mejora de los demás, como por ejemplo, a través del icónico emoji del brazo con bíceps del Whatsapp, que viene a decirnos: «tú puedes». Ambas expresiones superfluas, dudo que siempre dichas desde un convencimiento sentido, pueden conseguir el efecto contrario, ya que no sólo abocan a tapar, sino a sentirse peor dado el hito, de momento inalcanzable, implícito en sus mensajes.

Por otro lado, el valor del silencio o il dolce far niente, que comienzan a tomar espacio, siguen siendo aún conquistables. Nos queda mucha reflexión sobre adueñarse del tiempo libre sin obligaciones y complejos, la importancia de poder y saber mostrarse tal y como una se siente y no hacer merchandising de uno mismo a través de selfies sociales de felicidad en súper pandillas de amigos, cuando no se está bien.

Algunos puede que se hayan creído aquello de que para ser aceptados y estar en el top ten, como supuesto lugar de gloria, han de ser muy competitivos, rendir mucho, tener mil aficiones, muchos amigos y aquella sonrisa, esa que ejercida sin tener ánimo, recomiendan los gurús hacer, ya que así, el conjunto de sus músculos faciales tonificados en la alegría, serán identificados por su cerebro como tal emoción, lo que produciría una sensación de la misma o de bienestar real en nuestra psique. Es perverso todo en sí mismo.

Urge estar tranquilas y pensar entre todos, en este tinglado de exigencias, horarios y requerimientos, causa y efecto de creencias a veces devastadoras. Todo ello, sin perder de vista una petición que viene a ser un clamor conjunto, aquí y ahora: aumentar más sanitarios especializados en salud mental e incorporar psicólogos clínicos en la salud pública.

Los fármacos parecen ser en muchas ocasiones la solución y sabemos todos que estos mismos son un inmenso apoyo y colchón mientras se batalla, pero no curan de raíz si muchos de los problemas siguen viniendo del Sistema. También están los otros remedios naturales como el ejercicio, usar menos pantalla y tener cerca a personas nutritivas. En definitiva, buscar estrategias para mitigar los síntomas pero sin olvidar ir más atrás, al «antes del antes» como decía mi padre y buscar el origen estructural que sostiene y alimenta a todos esos monstruos.