La gran confusión

Carles Francino

Carles Francino

Han pasado seis años. El paseo de Gràcia rebosaba de banderas y manifestantes independentistas, muchos más que en esta última Diada. Aquella tarde habíamos instalado los micrófonos de la radio en el primer piso de una de las casas modernistas más hermosas del Eixample y la panorámica desde las alturas era formidable. Compañeros -y algún jefe- que habían viajado desde Madrid, y que nunca habían vivido un Onze de Setembre, estaban boquiabiertos. Tuve que aclararles -también a los oyentes- que esas imágenes transmitían un mensaje civil y político muy potente, pero que no representaban a todos los catalanes. Como mucho a la mitad. Ese era entonces el meollo de la cuestión y creo que lo sigue siendo seis años después: la confusión -interesada- de quien habla en nombre de un país sin tener el respaldo de muchos de sus habitantes. Pocas semanas más tarde, el 1-O enterró cualquier esperanza de reconducir las cosas. Por el empecinamiento de unos en darle pátina de legalidad a algo que no lo tenía, y por la cerril reacción de los otros, apaleando manifestantes, encarcelando a dirigentes políticos y encausando a un montón de gente por algo que jamás debió haber llegado a los tribunales.

Pero Serrat ya lo canta hace tiempo: «Es caprichoso el azar»; y hoy nos encontramos en un atolladero donde el reparto de cartas ha sonreído a los nostálgicos de aquel desafío unilateral, que terminó como el rosario de la aurora. Y vuelta la burra al trigo. Puigdemont hablando urbi et orbi como si fuera un jefe de Estado. La ANC apuntándose al cuanto peor, mejor, arrogándose un papel que nadie sabe quién le ha otorgado. Los socialistas sudando tinta, torpedeados por su disidencia interna, insistiendo en que lideran la España que ha parado a la ultraderecha e invocando el fantasma del golpismo. Y Aznar tocando a rebato para resucitar el Basta ya que se utilizó contra ETA. Todos con la farsa de que hablan en nombre de todos. Pues no. Ni Catalunya es homogénea, ni España es uniforme. Dicen que la política es el arte de lo posible, pero me temo que hay demasiada gente empeñada en desmentirlo.

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