tribuna

¿Y si además de hablar, escuchamos?

Óscar M. Cereijo Méndez

Óscar M. Cereijo Méndez

Han transcurrido casi seis años desde aquel movimiento popular que se propagó por el país con dos palabras con gran poder: «¿Hablamos? Parlem?» Mientras el conflicto territorial en Cataluña se intensificaba, una mayoría anónima de la sociedad hacía un llamamiento cívico desde balcones y redes sociales a lo que debería ser un requisito fundamental para la política: el diálogo para encontrar soluciones.

Mucho ha sucedido desde entonces en nuestro país, pero el diálogo sigue siendo una herramienta esencial para fortalecer la cohesión social y hacer avanzar nuestra democracia, dejando atrás las políticas de confrontación y división basadas en el odio hacia las opiniones divergentes.

Lamentablemente, en muchas conversaciones familiares vuelve a escucharse la frase «aquí no hablamos de política», lo cual parecía haber quedado atrás en España y refleja una preocupante crispación. En sociedad, las diferencias ideológicas y culturales son inevitables. Sin embargo, el diálogo puede convertirlas en una fuente de enriquecimiento en lugar de conflicto, al confrontar argumentos y fomentar deliberaciones racionales en un ambiente de respeto.

En un mundo donde la polarización y el extremismo político pueden exacerbar las divisiones, donde nos enfrentan y dividen día sí y día también, el diálogo debe ser un espacio seguro para el intercambio de ideas y la promoción del entendimiento mutuo, en todos los niveles e instituciones. Sin embargo, un diálogo efectivo no se da automáticamente; requiere un esfuerzo consciente de todos.

La educación desempeña un papel fundamental al enseñar a escuchar y argumentar de manera efectiva en lugar de confrontar violentamente, creando así un entorno social propicio para un diálogo fructífero y respetuoso, entendiendo que vivimos en sociedades complejas y no en burbujas de individualismo donde solo importe el yo.

La prensa libre y plural también desempeña un papel esencial al proporcionar información veraz y diversa que sirve como base para un diálogo informado. Como afirmaba Habermas, la democracia se nutre del diálogo constante, informado, racional, permitiendo que las sociedades alcancen su máximo potencial y mantengan la vitalidad de sus instituciones democráticas.

Valorar el diálogo no se trata solo de consensos políticos, sino de construir un tejido social basado en la comprensión y el respeto a la diversidad de opiniones en lugar de avivar la animosidad hacia lo diferente. No podemos idealizar la habilidad de los políticos de la transición para lograr consensos mientras tachamos de traidores a quienes en la actualidad intentan construir un futuro desde el acuerdo. El diálogo no debería interpretarse como una señal de debilidad, sino como un signo de madurez social.

Es vital entender que el diálogo no implica traición ni concesiones inaceptables, sino que es una herramienta democrática para tomar decisiones informadas y equitativas, donde la discusión política recupera su naturaleza constructiva y respetuosa en lugar de ser un intercambio de eslóganes prefabricados.

Cuanto mayor es la división social provocada por las políticas de confrontación más importante es volver a la argumentación en lugar de los argumentarios.

Preguntémonos, ¿estamos dispuestos a hablar en lugar de gritar? ¿Y a escuchar?