Desde el siglo XX

Venid y vamos todos con diputados a Alberto Núñez Feijóo

Un mes es mucho tiempo para no tener nada que hacer, y casi 30 días son los que tiene por delante el presidente del PP hasta que el Congreso de los Diputados le diga No

La cúpula del Partido Popular reunidos el lunes.

La cúpula del Partido Popular reunidos el lunes. / PP/Tarek

José Jaume

José Jaume

Venid y vamos todos con flores a María», se salmodiaba cuando llegaba mayo en la oscura España nacional católica; vale la letra de la pía melodía para rogar a los siempre casquivanos dioses de la fortuna que concedan a Núñez Feijóo los cuatro diputados, solo cuatro, que son los 350 que se sientan en los escaños del Congreso, que requiere para ser investido presidente del Gobierno. Los días sin oficio ni beneficio del aspirante se han iniciado hoy con la reunión que le ha concedido gentilmente el presidente en funciones: Pedro Sánchez ha respetado la liturgia propia de los encargos de investidura que oficia el jefe del Estado para aceptar el encuentro con Feijóo. Solventado el trámite, qué le queda por hacer al presidente del PP, aparte de enredar a su partido dándole vueltas a si hablará o dejará de hacerlo con Junts, el partido de Carles Puigdemont, que, en Bruselas, se troncha a carcajadas atendiendo a las contorsiones que el líder de la derecha conservadora ejecuta para acreditar que es capaz de hablar con todo el mundo. Ha dicho, desde la Galicia que puede maliciarse abomina haber abandonado, que prefiere perder una investidura a perder España. Grandilocuencia huérfana de sustancia. En las Españas se es ducho en palabrería hueca. En la convulsa década de los 30 del pasado siglo, un aristócrata metido a fascista, José Antonio Primo de Rivera, sentenció que sus falangistas y él mismo «amamos a España porque no nos gusta». ¿Y qué? En uno y otro caso. Feijóo no sabe qué hacer con el tiempo solicitado, malévolamente concedido por la presidenta del Congreso Francina Armengol, que ya irán aprendiendo en la capital del Reino cómo es capaz de gastárselas.

Cuesta hilvanar explicación coherente de qué diantres es lo que pretende obtener Feijóo habiendo pugnado por el encargo del Rey, que ha vuelto a ver comprometida su neutralidad institucional, no por el encargo en sí, sino por el torpe comunicado emitido desde Zarzuela para justificarlo. Felipe VI está rodeado, o lo aparenta, de asesores manifiestamente incompetentes. Las semanas que están por venir quiere llenarlas Feijóo entrevistándose con los presidentes de las Comunidades Autónomas. ¿Qué pintan en la investidura que se dilucida en el Congreso de los Diputados? Vana pretensión de exhibir capacidad de diálogo, de que se le perciba como el presidente del Gobierno inevitable que no será. Para amarrar la investidura, cuando no se dispone de la mayoría absoluta, se requieren consistentes respaldos, los que Feijóo no tiene por la razón tantas veces expuesta: los 33 diputados de Vox actúan de barrera infranqueable. El PNV se lo ha dicho con brutal franqueza. Y sin los 33 diputados de la extrema derecha Feijóo no llega. Así que Feijóo ha fracasado. Lo saben en el PP desde la noche del 23 de julio, cuando comparecieron sus dirigentes, con caras tan largas como cariacontecidas, en el tablado de Génova para afirmar que habían ganado las elecciones. Se estudia en la ciencia política que en las democracias parlamentarias las gana quien más apoyos mete en su capazo. O sea que Feijóo no es el único presidente constitucional posible en España, otra de las insistentes falsedades que emite el PP. Democracia tan consolidada como la sueca, pongámoslo a modo de ilustrativo ejemplo, está gobernada por el tercer candidato más votado en las elecciones. El primero, el socialdemócrata, se aposenta en la oposición. Lecciones a Suecia no las dará la derecha española.

Vox es el gran problema del PP. Ahora se calibra la necedad de haber protagonizado alocada carrera para pactar con la extrema derecha la gobernabilidad en comunidades autónomas y ayuntamientos, incluso en aquellas y aquellos donde las mayorías relativas fueron para el PSOE. Con Vox, por él y con él, tiene el PP problema insoluble. El resultado de las elecciones lo dejó nítidamente fijado: o Pedro Sánchez vuelve a ser investido presidente o nos las veremos con las urnas, que, despachado el paripé de Feijóo, aguardan después de que las cabalgatas de los Reyes Magos de Oriente repartan suerte.

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