La televisión rápida

El mercado se está frotando las manos ante los canales FAST, un nuevo medio ‘online’ que se ha metido en el bolsillo a tres elementos imprescindibles: publicidad, propietarios de contenidos y audiencia

Elena Neira

Elena Neira

En el último año se ha producido un fenómeno curioso de nostalgia audiovisual. Un nuevo formato de difusión de contenidos está experimentando un crecimiento sorprendente: los canales FAST. El nombre procede de sus siglas en inglés (free ad-supported streaming television) y son, como su propio nombre indica, canales de televisión online gratis con publicidad. Es como la tele de toda la vida, pero en internet, con una oferta más especializada y algunas funcionalidades propias del VOD (vídeo bajo demanda). Pluto.tv, Runtime, Rakuten.tv… hay decenas de servicios de estas características en el mercado, que no requieren más esfuerzo que teclear su dirección en el navegador o descargarse una aplicación en el móvil o en la Smart TV. El mercado se está frotando las manos ante un nuevo medio que ha conseguido el más difícil todavía, metiéndose en el bolsillo a tres elementos imprescindibles: publicidad, propietarios de contenidos y audiencia. Los canales FAST no solo han convencido a los anunciantes de la eficacia del medio sino también a los propietarios de los derechos, encantados por esta renovada pasión por clásicos que no parecían interesar a nadie y que, ahora, les permite ganar algo de dinero gracias a su emisión online con publicidad. El formato incluso ha llamado la atención del espectador, que ve en ellos una alternativa más que digna a las cada vez más caras plataformas.

Yo, que decidí lanzarme a la piscina del streaming por las ventajas que ofrecía con respecto a la tele tradicional, ahora abrazo estos canales que en poco se diferencian de la televisión de toda la vida. Detrás de mi regreso al formato de emisión lineal hay, en realidad, una motivación muy simple: estoy saturada de tener tanto a mi alcance y cada vez me cuesta más enfrentarme a la infame tarea de decidir qué ver.

Personalmente creo haber encontrado en los canales FAST una suerte de refugio. Lo verdaderamente cautivador no es que ahora pueda ver Magnum P. I. o Los vigilantes de la playa a cualquier hora del día. Tampoco que tenga un canal en el que pongan comedias románticas de los 90 o clásicos de acción de los 80. Lo fantástico de este formato no tiene que ver con el contenido sino con el modelo en que este se organiza. De un lado, elimina la decisión de la ecuación y, de otro, modera la oferta. Uno tiene ante sí una programación abarcable, que otro ha empaquetado en una parrilla, no una pantalla de scroll infinito.

El vídeo bajo demanda entró en nuestras vidas con la promesa de una libertad absoluta para decidir qué ver y, en algún momento del camino, echó una pesada mochila sobre nuestras espaldas. Decidir cuál va a ser el contenido que te hará compañía después de cenar, durante ese trayecto en metro o una tarde tonta de vacaciones se ha convertido en uno de los grandes males del primer mundo cuando enfrenta a centenares de alternativas. Es la peor cara de esta era del entretenimiento hipercalórico, obsesionado con ofrecer mucho para evitar que la gente se vaya, saturando nuestras pantallas y nuestras cabezas con más contenido del que uno puede gestionar.

Muchos arrinconamos la televisión porque consideramos que estaba trasnochada. Y es cierto que la tele tiene bastantes limitaciones, pero también sabe hacer muchas cosas bien, algunas incluso mejor que las plataformas. Mientras los servicios de streaming te ponen delante un bufet libre, la tele opera con una filosofía de menú, más ágil y eficiente. Yo he descubierto que estoy dispuesta a abrazar las limitaciones de la segunda porque quedan compensadas por la celeridad a la hora de tomar una decisión de visionado. Es una televisión tan rápida como las siglas en inglés que le dan el nombre.

Tampoco es que me haya vuelto una negacionista digital. Adoro la abundancia de las plataformas, su flexibilidad, su inmediatez y toda la variedad que comportan. Pero, de vez en cuando, es agradable poner el piloto automático y reducir la carga mental que comporta pensar cuál será el próximo programa que veré. Puede que la perfección sea eso: tener a mi alcance toda la variedad de las plataformas a la carta y, de vez en cuando, conectarme a una emisión en directo y dejar que un programador tome el control.

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