No sin una reivindicación

Juan José Company Orell

Juan José Company Orell

Hace unos pocos días, en ese andar por las páginas de la prensa escrita, me crucé con dos noticias de parecido contenido pero con distinta repercusión. En una de ellas se comentaba el hecho de que una cantante había expuesto durante un concierto y mostrado a sus contempladores fans esas partes que, de ordinario, las señoras suelen llevar más o menos ocultas, esto es, sus pectorales; la otra noticia se hacía eco de un paisano, con toda seguridad ayudado por el arrojo que suelen otorgar las bebidas espirituosas, que al igual que la anterior no se le ocurrió otra cosa que airear otras partes de su anatomía que igualmente suelen estar ocultas a la contemplación de extraños y también en público, e igualmente en un ambiente festivo, pues se trataba de una celebración popular. El primero de los despojamientos textiles ha llenado un montón de tertulias y de folios en las redacciones, incluidos los presentes, el segundo seguramente en menor medida y que probablemente tan solo llenaría además, más bien rellenara una papeleta de sanción municipal por escándalo público

Me viene a la memoria la sentencia de John Lennon cuando afirmó que «nos dimos cuenta de que algo anda mal, si todos se enojan por el hecho de ver a dos personas desnudas»; pero en este caso las dos personas desnudas están separadas por cuestión de sexo, de geografía y de motivación; es comprensible pues que surja la cuestión de cuál es la causa de que entre ambos hechos, que si se hubieran llevado a efecto por ejemplo en una playa nudista no tendría mayor comentario, exista una forma de juzgarlos, de verlos con tanta distinción y hasta de forma algo discriminatoria entre ambos. No parece que sea aquello de la libertad del individuo o individua el elemento primordial de tal distinción, pues en buena lógica y en principio tan libre es la cantante de ir enseñando sus cosas en su actuaciones como el paisano en hacer otro tanto con las suyas por las calles de su municipio; mi alocada duda fue despejada por alguien cercano, de manera muy certera, que me hizo ver que la cantante se despechugaba en un ejercicio reivindicativo mientras que el paisano tan solo enseñaba sus cosas a los participantes de la verbena sin mayor motivo que el de airearlas y mostrarlas a quien tuviera ojos para mirar y voluntad para ello, algo así como sin causa ni motivo aparentes.

Y parece ser que ese es el quid de la cuestión; tal parece en nuestros días se puede hacer cualquier cosa, cualquier burrada, desde ponerse en bolas en público, tirar sopa de tomate sobre una obra de arte, pintarrajear cualquier monumento de nuestro patrimonio, escalar algún edificio oficial, impedir el paso o el trafico en cualquier vía pública perjudicando a tutti quanti, siempre y cuando aquello vaya acompañado de algún tipo de reivindicación, que puede ir desde el combate contra el deshielo de los casquetes polares hasta la defensa de la subsistencia de la pulga de agua de Honduras, si es que existe tal especie. Es algo así como el moderno derecho a la impunidad, reminiscencia del medieval acogimiento a sagrado, por el que después de haberle cortado a modo el cuello a algún colega, se escondía el delincuente de turno escapando de la manos de los justicias. Obviamente el problema de las desnudeces reivindicativas es que en ocasiones su visión toma mucha distancia de ser imagen agradable o inspiradora y quizá algunos/algunas harían mejor para su causa en reivindicarlas modosamente vestidos/vestidas. Vaya por delante que a mí me trae al pairo el que algunos, algunas y algunes vayan por ahí desabrigándose de sus vestimentas, yo mismo disfruté de darme un chapuzón en casa como mi madre me trajo al mundo aún cuando no obligo a los ajenos a contemplarlo, y que creo que tenemos que tomarnos con templanza el hecho, aun cuando a veces sea más ofensiva la acción por estética que por ética, como decía Nietzche nulla ethica sine aesthetica.

Así que ya saben, si en alguna ocasión les reconcome el ansia de ir por ahí mostrando en público su superficie epitelial de sus más recónditos recovecos y no quieren tener desagradables consecuencias administrativas búsquense antes una buena causa reivindicativa, preferiblemente que se venda bien y quede bonita; de esa manera irán siempre bajo techado y no les partirá ningún rayo.

Seguramente si el paisano, mostrador de las joyas de su particular corona en plena verbena popular, hubiera tenido un momento de lucidez dentro de los vapores alcohólicos y se le hubiera ocurrido, en el momento de su público déshabillé, decir que se despelotaba ante sus vecinos y demás ‘callejeantes’ en reivindicación de la paz en el mundo, cual optante a la corona de Miss Universo, otro gallo le hubiera cantado. Despelote urbi et orbi. Despelote y solaz público sí, pero siempre con causa reivindicativa o tal parece.

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